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Chapter 2 - capítulo 1: amarga victoria

En Gea, la tierra de los dioses, se alzaba una gran montaña de tres picos. En lo alto, entre las nubes, se extendía una vasta llanura que albergaba una ciudad sagrada: el Olimpo.

En una pequeña casa, apartada del bullicioso centro de la ciudad, una mujer dormía profundamente. Pero, de pronto, se incorporó bruscamente, sobresaltada, como si un oscuro presentimiento la hubiese arrancado del sueño.

-Shin... -susurró con voz temblorosa.

Con expresión preocupada, giró la cabeza hacia la cómoda junto a su cama. Encima de ella descansaba un marco con una fotografía: en ella aparecían ella misma y un hombre de cabello largo, azul, atado en una coleta, y ojos tan intensamente azules como el cielo en calma.

La mujer se levantó de la cama y se dirigió al baño. No era un baño común: se trataba de un estanque, rodeado de piedras lisas y flores silvestres. Con movimientos suaves, se quitó la bata, revelando su esbelta figura aunque con muchas cicatrices, se adentró lentamente en el agua cristalina.

-Ahh... -suspiró al sentir la calidez envolvente del estanque.

Mientras se lavaba el cuerpo con delicadeza, una pregunta resonaba en su mente con inquietud:

"Shin... hermano... ¿estarás bien?"

Al cabo de unos minutos, emergió del estanque y tomó una toalla, secando su cuerpo con calma. Luego fue hasta su habitación y eligió un vestido largo de color verde esmeralda, que le caía hasta los tobillos, elegante y etéreo. Frente al espejo, aplicó un pintalabios rojo como las rosas, se recogió el cabello castaño en una cola de caballo y delineó sus pestañas con rímel.

Era una mujer de belleza serena, con unos ojos verdes tan vivos como una pradera en primavera. Aun con el rostro preparado, la expresión en su mirada seguía cargada de preocupación por el sueño que la había despertado.

Tomó un pequeño bolso, se lo colgó al hombro y, con paso decidido, salió de su casa.

Mientras caminaba por la ciudad, se escuchaban los vítores de la multitud. Las calles del Olimpo estaban llenas de alegría, de risas, de gritos de triunfo.

-¡Hemos ganado la guerra! -exclamaba un hombre desde una esquina-. ¡Al fin acabamos con los titanes!

A medida que avanzaba, más y más personas se unían a la celebración. Música, danzas, flores arrojadas al aire. La ciudad resplandecía de vida.

La mujer, sin embargo, mantenía la mirada perdida. Aun así, una leve sonrisa se dibujó en sus labios, como si aquel mal sueño no fuera más que eso: una simple pesadilla sin sentido.

Se acercó al centro de la ciudad, donde los vendedores de víveres ofrecían frutas, panes, especias y carnes. Justo cuando se inclinaba para elegir unas manzanas, una voz familiar la interrumpió:

-Hola, Hela.

La mujer levantó la vista. Frente a ella estaba Merlina, una mujer de cabello naranja corto, vestida con una bata blanca que delataba su profesión médica.

-Hola, Merlina -respondió Hela con una suave sonrisa.

Merlina la observó con atención, entrecerrando los ojos.

-Parece que estás recuperada de tus heridas de la última batalla -comentó con una sonrisa.

Hela asintió con entusiasmo.

-Sí, ya no tengo cicatrices... Pero parece que ya no me van a necesitar. Al fin se acabó esta guerra.

Merlina frunció ligeramente el ceño, no del todo convencida. Se acercó un poco más y, con suavidad, tocó las costillas de Hela. Esta no pudo evitar soltar una pequeña queja de dolor.

-Hmm... Parece que no te has recuperado del todo, Hela.

Hela bajó la mirada, avergonzada. Su expresión se tornó triste, casi decepcionada consigo misma.

-Lo siento... Solo... no quiero que te preocupes por mí.

Merlina suspiró, un poco molesta pero comprensiva. Entonces alzó una mano y le dio un pequeño golpe en la cabeza con dos dedos.

-En esa batalla fuiste gravemente herida por un titán. Si no hubiera sido por Shin, tal vez no lo habrías contado... Pero eso ya no importa. Lo que me preocupa ahora es tu recuperación.

De pronto, un fuerte estallido sacudió el aire. El sonido retumbó con tal fuerza que hizo temblar el suelo. Merlina y Hela se miraron por un instante y, sin perder tiempo, corrieron hacia la plaza central.

Allí se encontraba el templo Bifröst, una imponente estructura sagrada que conectaba los portales de teletransporte.

La multitud comenzaba a aglomerarse en torno al templo, confundida y asustada.

-¿Qué es eso? -gritó un hombre desde la multitud.

-¡Algo acaba de salir del portal! -exclamó otro, señalando con el dedo tembloroso.

-¡Miren! ¡Hay una estatua en medio del portal! -añadió alguien más.

Hela y Merlina comenzaron a abrirse paso entre la multitud, empujando hasta llegar al centro del templo, justo frente al portal recién abierto.

Allí estaba.

Una estatua de piedra se alzaba solemne y silenciosa, atrapada en una pose de derrota. Sus brazos recogidos sostenían entre las manos una caja, también convertida en piedra. A sus pies, descansaba una pequeña guadaña, Que no parecía afectada por la petrificación. Su hoja aún relucía bajo la luz del sol.

Hela al ver al hombre petrificado... Comenzó a soltar lágrimas que comenzaron a correr por sus mejillas sin que pudiera detenerlas.

-No... no puede ser -murmuró Merlina, horrorizada ante lo que contemplaban sus ojos.

-¡HERMANO! -gritó Hela con un nudo en la garganta, corriendo desesperada hacia la estatua.

Su voz rasgó el aire. mientras la multitud guardaba un silencio sepulcral, incapaz de comprender del todo el peso de lo que acababan de presenciar.

-¡No! ¡Hermano! ¿Quién te hizo esto? -gritaba Hela, con la voz quebrada por el dolor mientras su maquillaje se deshacía entre lágrimas amargas.

Se arrodilló frente a la estatua, acariciando con ternura la mejilla endurecida por la piedra, como si su toque pudiera devolverle la vida.

Merlina, a su lado, intentaba consolarla, pero sus palabras eran inútiles frente al abismo del sufrimiento de Hela.

De pronto, un segundo portal se abrió con un resplandor imponente.

Emergió de él una figura majestuosa: un hombre muy alto, de aspecto maduro pero vigoroso. Llevaba una larga cabellera blanca y una barba espesa del mismo tono. Su armadura dorada, aunque deslumbrante, mostraba cicatrices del combate. A su lado, comenzaron a salir más dioses guerreros, uno tras otro, cada uno con su presencia única.

La multitud comenzó a murmurar, asombrada:

-¡Miren, es el dios del Olimpo... es Zeus!

-¡Detrás de él está Hades, el dios de los muertos!

-¡Y el rey del mar... Neptuno!

En total, veinticinco guerreros cruzaron el portal, sus rostros marcados por la victoria, pero también por el cansancio.

-¡Ellos son los héroes que ganaron la guerra! -gritó emocionada una mujer entre la multitud.

Zeus, aún cubierto del polvo del campo de batalla, miró a su alrededor, confundido por el ambiente extraño y silencioso.

-¿Qué rayos está pasando aquí?

Hades, con una apariencia sombría y su característico semblante serio, se acercó a Zeus y le murmuró:

-Hermano... parece que tenemos un inconveniente -dijo, señalando la estatua de piedra en el centro de la plaza.

Zeus frunció el ceño, levantó la mano y habló con autoridad:

-¡Apártense todos!

La multitud se abrió con respeto y temor. El dios del trueno se acercó a la estatua, observándola detenidamente. Su mirada era una mezcla de desconcierto y reconocimiento.

Hela, todavía con los ojos enrojecidos por el llanto, se levantó lentamente, respiró hondo y se cuadró frente a Zeus con respeto.

-Mi señor... él es mi hermano. Su nombre es Shin -dijo con la voz aún quebrada por la emoción.

Zeus desvió la mirada hacia ella, frunciendo el ceño levemente.

-¿Shin? ¿Ahora en qué problema te has metido...? -murmuró en tono bajo, más para sí mismo que para los demás.

Sin más, ordenó:

-¡Llevarse la estatua!

Pero cuando dos guerreros se acercaron para cumplir la orden, Hela dio un paso adelante, aún herida pero firme.

-Mi señor, ¿puedo acompañarlos? Aún soy una soldado de la Legión.

Zeus la observó con severidad.

-Tú solo eres una diosa aspirante al título. No te necesitamos.

Las palabras fueron como un golpe. Ella bajó ligeramente la cabeza, pero sus ojos reflejaron una mezcla de dolor y rabia.

Justo antes de que pudiera responder impulsivamente, Merlina le tomó del hombro.

-Tranquila -susurró-. Piensa antes de hablar. No quiero que te metas en problemas.

Luego, con paso decidido, se adelantó hacia Zeus y habló con cortesía:

-Mi nombre es Merlina. Soy doctora e investigadora. Tengo más de treinta años de experiencia. Me gustaría examinar la estatua personalmente, y si no es mucho pedir, solicitar que mi compañera Hela me acompañe.

Zeus la miró unos segundos en silencio. Finalmente asintió.

-Está bien. Vendrán conmigo... pero tú esperas afuera -dijo, señalando a Hela.

-Sí, señor -respondió Hela con la mandíbula apretada.

Uno de los soldados levantó las manos y, con un gesto firme, creó un carruaje de metal sólido. Su estructura relucía bajo la luz del sol, resistente y majestuosa, digna de transportar a los dioses. Con rapidez, los dioses comenzaron a subir y, cuidadosamente, montaron la estatua de piedra en su interior.

Antes de subir al carruaje, Hela, disimuladamente, se agachó y tomó la pequeña guadaña que había pertenecido a su hermano. Nadie pareció notarlo. La sostuvo con fuerza, como si de alguna forma eso la conectara con él, y subió al carruaje en silencio.

Zeus dio una orden clara:

-Llévanos al cuartel militar de la Legión.

El carruaje empezó a moverse a gran velocidad, deslizándose por el aire con un zumbido metálico mientras se alejaba del templo Bifröst rumbo al cuartel.

Durante el trayecto, Merlina tomó con suavidad la mano de Hela. La joven diosa apenas podía contener sus emociones. Su mirada seguía clavada en la figura petrificada de su hermano.

-Tranquila -le susurró Merlina con ternura-. Yo estoy contigo.

Al llegar, se alzaba una edificación imponente y elegante: el cuartel de la Legión. Las puertas gigantes comenzaron a abrirse lentamente para dar paso a los dioses. Dentro, los soldados se cuadraron en señal de respeto ante Zeus, quien alzó la mano en gesto de agradecimiento mientras el pelotón ingresaba al cuartel con la estatua.

La depositaron en una sala donde ya esperaban varios investigadores. Hela, aún sin permiso para entrar, se quedó afuera observando cómo Merlina y Zeus accedían al recinto.

-Vaya, qué interesante -comentó uno de los investigadores-. No solo su cuerpo, también su armadura se ha convertido en piedra caliza. Es aterrador... e increíble. ¿Qué clase de control de energía vital habrá tenido su adversario?

Merlina intervino:

-Es muy posible que el causante de esto haya usado algo más que energía vital.

Tomó un cincel y rompió un fragmento de la piedra. De pronto, una energía violeta emergió del corte, uniendo de inmediato la fisura. Todos dieron un paso atrás, sobresaltados.

-¿Qué fue eso? -exclamó uno-. Es como si no quisieran que dañemos la estatua...

¿pero por qué?

-Parece que nuestro enemigo no quiere que averigüemos qué hay en esa caja -dijo Merlina, observando con detenimiento.

Zeus, que hasta ese momento solo observaba, se acercó e intentó arrebatar la caja. Sin embargo, la energía violeta lo repelió. Retrocedió unos pasos, y con el ceño fruncido, murmuró:

-No hay duda... esto fue hecho con un arma titán.

-Pero, mi señor -objetó un investigador-, los titanes fueron derrotados. No pudieron haber sido ellos...

-No dije que fue un titán. Dije que usaron un arma de ellos. Solo existe alguien que puede hacer esto...

Zeus salió de la sala, visiblemente molesto. Al pasar por Hela, se percató de que ella tenía la pequeña guadaña en las manos. Se detuvo frente a ella.

Hela intentó ocultarla

Pero Zeus no le tomo importancia y abandonó el cuartel. Al llegar a la salida, su cuerpo comenzó a transformarse en un rayo que se elevó a gran velocidad hasta la cima del Monte Olimpo, donde se alzaba el templo del dios.

Al ingresar furioso, fue recibido por una voz:

-Ha llegado, mi señor.

-Oráculo -gruñó Zeus, aún molesto-. Reúne a los veinticuatro dioses con título. En dos días haré una reunión.

-¿Ha pasado algo, mi señor? -preguntó el oráculo con cautela.

-Sí -dijo Zeus con rabia contenida-. Creo que Baal se ha rebelado.

Fin.

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