Cherreads

Chapter 1 - Prologo: misterios de una guerra

El portón de ébano del palacio crujió al cerrarse tras ellos, aislando el exterior como si el mundo ya no mereciera existir. Los pasos de los tres hombres resonaron sobre los mármoles veteados, fríos como el silencio que los precedía. Al frente, el hombre de piel pálida y cabello negro avanzaba con los ojos cerrados, su sonrisa curvada en una hoz de superioridad. 

—Todo sale a la perfección —murmuró, acariciando las palabras como si fueran un secreto—. Pronto, seremos los únicos vencedores de esta guerra. 

El moreno de cabello rojo, cuyas pupilas brillaban como brasas, apretó el puño contra su pecho en un gesto de fervor: 

—Mi señor, por fin nuestros esfuerzos son recompensados. 

**El tercero**, más joven, de ojos azules y mirada gélida, no celebró. Su voz cortó el aire como un cuchillo: 

—Solo quiero que paguen. Cada lágrima, cada grito de mi gente… arderán por ello. 

En ese instante, la puerta estalló. 

No se abrió: se desgarró, arrancada de sus goznes por una fuerza bestial. El viento que irrumpió olía a ira pura, a metal caliente y sudor de batalla. Algo —alguien — había entrado, y el palacio entero contuvo el aliento. 

Los tres hombres giraron hacia el ruido. Los dos más jóvenes —el de ojos rojos y el de mirada fría— se quedaron paralizados. La puerta ya no era una puerta: solo quedaban pedazos de madera colgando y un polvo espeso flotando en el aire. 

Pero el hombre de ojos cerrados no se inmutó. Su sonrisa creció, como si lo supiera todo. 

—Ya te estabas tardando —dijo, como si hablara con un viejo conocido. 

De entre el humo, algo avanzó. 

Un hombre alto, con una armadura plateada llena de cortes y arañazos, como si acabara de salir de una batalla. En su mano derecha llevaba una guadaña gigante, casi tan alta como él, que brillaba con un aura azul fantasmal. 

—Dios de la Muerte —terminó el hombre de ojos cerrados. 

El Dios de la Muerte no era la figura espectral que esperaban. Bajo la armadura plateada, parecía un hombre común: cabello azul atado en una cola de caballo, ojos del mismo color que el mar helado. De sus labios escapó un suspiro gélido, como si su aliento estuviera hecho de escarcha. 

—¡BAAL! —pronunció el nombre con furia, clavando su mirada en el hombre de ojos cerrados—. ¿Cómo te atreves a traicionar a la Legión de Dioses? Zeus confió en ti. Ahora que esta guerra está a punto de terminar con la caída de Kronos… ¿vienes a su palacio a robar las armas prohibidas de los Titanes? —La guadaña azul vibró en su mano—. Si es así, te mataré aquí mismo. 

Baal (ahora sabían su nombre) no abrió los ojos, pero su sonrisa se tornó aún más fría. 

—Vaya… me aseguré de que nadie me siguiera. Pero tú, siempre el más listo de los Olímpicos. 

—¡No me evadas! —rugió el Dios de la Muerte, y el aire alrededor se cubrió de escarcha—. Zeus está ocupado con Kronos, pero yo no soy tan ingenuo como para ignorar tu traición. 

—¿Traición? —Baal soltó una risa amarga—. Dime, ¿crees que Zeus cumplirá su parte del trato después de trescientos años? Nosotros, los demonios, perdimos más que él. Nuestra gente vivía en una utopía… y ahora solo quedan ruinas. —Avanzó un paso, y por primera vez, sus párpados se entreabrieron, revelando un destello de luz carmesí—. Sí, estoy aquí por las armas prohibidas. Para destruir a los dioses que arruinaron mi mundo. 

El Dios de la Muerte bajó su guadaña unos centímetros. El aura azul parpadeó, como si su certeza vacilara. 

—Aceptaste el trato —dijo, pero su voz ya no rugía—. Zeus prometió repartir riquezas y armas tras derrotar a los Titanes. 

El joven de ojos azules dio un paso adelante, rompiendo el silencio. Su mirada era un bloque de hielo: 

—También juró que la guerra no tocaría nuestro mundo. La Utopía Demoníaca, donde la paz reinaba y hora solo queda ceniza y huesos. 

Baal añadió—¿Un trato? Eso fue un ultimátum. ¿Crees que firmé por bondad? —Una risa sin humor escapó de sus labios—. Me obligó. "Firma, o arrasaré tu reino mañana mismo". 

El hombre de ojos rojos estalló, golpeando su peto con un puño tembloroso: 

—¡Y también usó a nuestra gente como carne de cañón! ¡Los lanzó en la primera linea contra los Titanes, armados con armas sumamente poderosas! ¿De verdad esperabas que viéramos morir a los nuestros... y no haríamos nada? 

El aire se espesó. En la armadura plateada del Dios de la Muerte, el reflejo de la guadaña tembló.

Pero no por miedo, sino por culpa.

Su voz sonó fría, pero firme: 

—Mi deber es proteger el Olimpo de cualquier amenaza. Y ustedes son una amenaza. 

Baal suspiró: 

—Lástima que no entiendas mi dolor. ¡Ataquen, Arioch y Azrael! 

Arioch (el joven de ojos azules) alzó las manos. E invoco del suelo cinco guerreros de piedra, rugiendo. 

Azrael(el hombre de ojos rojos) se dividió en tres copias de fuego que se lanzaron como meteoros. 

El dios reaccionó: de su cuerpo brotaron fragmentos de hielo afilados volando

¡Zas! ¡Zas! 

Los guerreros de piedra se hicieron añicos. 

Baal no miró atrás. Camino hacia el interior del palacio como si ya conociera cada esquina. 

—¡No escaparas! —gritó el Dios de la Muerte, pero las copias de fuego de Azrael lo acorralaron. 

Azrael estudió al dios: 

—Su poder es Alfa-elemento: Hielo. Rango aproximado cinco metros ya que los pinchos de hielo no llegaron a mí se desvanecieron al llegar a ese rango

Azrael le grita a arioch —. ¡Mantén la distancia a más de cinco metros! 

El Dios de la Muerte lo miró sorprendido: 

—¿Descubrió mi límite con un solo ataque?... Esto es peligroso. Primero debo eliminarlo a él. 

El Dios de la Muerte blandió a su guadaña que potenció su ataque.

¡Zshhh!

Cientos de agujas de hielo volaron hacia Azrael, atravesando su pecho y estallando contra el muro en una lluvia de astillas heladas. 

Arioch rugió. Sus ojos azules brillaron con rabia pura al ver caer a su aliado: 

—¡¡BASTARDO!! —intentó atacarlo de forma directa. 

Pero antes de que avanzara, una mano caliente lo detuvo por el hombro. 

—No te acerques —dijo Azrael, emergiendo indemne entre las llamas—. Intenta provocarte solo le dio a una de mis copias.

El Dios de la Muerte bajó su arma. Una sonrisa fría le cruzó el rostro: 

—Eres un estratega innato. Ademas no dejaste que tú compañero caiga en mi trampa.

El Dios de la Muerte evaluó la situación con calma: 

«Azrael —si ese era su nombre— es peligrosamente astuto. El otro… solo es un novato que lucha con rabia, no representa peligro entonces hare mi jugada maestra».

Alzó las manos y dos espadas gigantes de hielo surgieron del aire, estrellándose contra el suelo donde estaban los demonios. Arioch y Azrael saltaron, esquivando el golpe. 

—¡Ya entiendo si lanza objetos grandes, tiene mayor alcance… pero son lentos! —calculó Azrael— su rango aumento a unos 10 metros per sus ataques son fáciles de evitar. 

Pero entonces… ¡CRAC!

Las espadas se hicieron añicos, transformándose en cientos de dagas heladas que llovieron sobre ellos. Azrael reaccionó al instante: 

—¡Cortina de fuego! —Una pared de llamas devoró los proyectiles. 

Fue en ese momento que el dios apareció detrás de ellos, deslizándose como un espectro sobre un camino de hielo que ninguno había visto formar. 

—¿¡Cómo!? —gritó Arioch, pero ya era tarde. 

La guadaña giró, hambrienta de muerte. Azrael no tuvo tiempo de moverse… 

Pero Arioch se lanzó frente a él. 

El sonido de la hoja cortando carne resonó en el salón. Arioch cayó de rodillas, la sangre se quedó manchando su pecho. 

—Idiota… —murmuró el Dios de la Muerte, pero su voz sonó casi… impresionada. 

Azrael vio la vida escaparse de los ojos de su compañero

De la nada un viento cortante atravesó el salón, impactando al Dios de la Muerte y lanzándolo contra una columna. Los muros crujieron bajo la fuerza del golpe. 

De las sombras emergió Baal, sosteniendo dos objetos: 

Una caja negra que absorbía la luz a su alrededor y un collar con una piedra violeta. 

Se acercó a Arioch, quien aún respiraba entre jadeos de dolor. Con manos firmes, le colocó el collar al cuello: 

—Esperaba que resistieras más, hijo mío… Pero no importa. 

La piedra violeta estalló en energía, envolviendo a Arioch en un manto de luz púrpura. Sus heridas se cerraron al instante, y sus ojos ahora brillaban con el mismo color sobrenatural. 

El Dios de la Muerte intentó levantarse, pero Baal alzó una mano. Una ráfaga de viento invisible lo inmoviliza. 

—Casi matas a mi hijo —dijo Baal

—¿Qué… qué es esa caja? —tartamudeó el dios, sintiendo el terror. 

Baal sonrió

—En está caja tan pequeña contiene la destrucción del Olimpo.

Mientras, Arioch se levantó. Y su cuerpo irradiaba un poder que hacía temblar el aire. 

«¡Maldición!» pensó el Dios de la Muerte.

Arioch se levantó. Sus ojos, ahora llenos de energía violeta, clavaron una mirada vacía en el Dios de la Muerte. Sin dudarlo, se lanzó contra él con una velocidad sobrenatural. 

El dios, aún inmovilizado por el viento de Baal, gritó con voz desesperada: 

—¡¡Control total!

Su cuerpo se envolvió en energía vital, rompiendo las cadenas de aire que lo sujetaban. Justo a tiempo. 

¡CRAC! 

El puño de Arioch impactó contra su pecho, destrozando parte de la armadura plateada. El dios retrocedió, cubriéndose rápidamente con una coraza de hielo grueso para amortiguar el siguiente golpe. 

Azrael dio un paso adelante, listo para intervenir, pero Baal lo detuvo con un gesto firme: 

—Aún no sabemos qué cambios provocó el collar. 

Azrael miró a Arioch, luego a Baal. Sus pupilas llameantes ardían en frustración: 

—¿Y ahora qué hacemos? 

Baal no apartó la vista de la batalla. Su voz fue un susurro calculado: 

—Esperar.

El Dios de la Muerte intentó ponerse en guardia, pero su cuerpo traicionó su orgullo. Un temblor violento lo sacudió antes de que escupiera un chorro de sangre. El golpe de Arioch había fracturado algo más que su armadura. 

—Los dioses… ya no parecen tan intocables —murmuró Arioch, su voz ahora fría como el viento invernal. 

El dios alzó la mirada, sus ojos brillando con furia herida: 

—¿Acaso me subestimas, gusano? 

Arioch esbozó una sonrisa que no llegó a sus ojos violetas: 

—No te subestimo. Solo que ahora tengo el poder para hacerte sangrar. 

Con un gesto brusco, cientos de espinas de piedr brotaron del suelo hacia el dios. Este logró esquivar la mayoría, pero tres lo atravesaron: un pincho en el muslo, otro en el costado, el último rozando su cuello. 

Arioch no esperó. Se lanzó como un rayo púrpura, listo para el golpe final. 

Pero el dios aplastó sus palmas contra el suelo. 

¡CRAC!

El mármol se convirtió en una pista de hielo. Arioch perdió el equilibrio, resbalando hacia adelante. 

Fue todo lo que el dios necesitó. 

Su guadaña silbó en el aire, cortando una, dos, tres veces. Luego, dos paredes de hielo surgieron como mandíbulas de bestia, aplastando a Arioch entre ellas con un crujido sordo.

Se acabó. Dijo el dios

Pero Arioch emergió de los escombros de hielo, su cuerpo irradiando una energía violeta inquietante. El Dios de la Muerte, con la respiración entrecortada, fijó su mirada en la caja negra que Baal intentaba ocultar tras su espalda.

Dijiste que con esto destruiras el Olimpo... - murmuró el dios, mientras una sonrisa sangrienta se dibujaba en su rostro.

De repente, con un último esfuerzo, el dios se abalanzó hacia Baal. Arioch reaccionó al instante, persiguiendo lo como un rayo púrpura. Baal levantó las manos, intentando repeler el ataque con un viento cortante, pero el dios ya había agarrado firmemente su guadaña.

¡Jaula de batalla: Ataúd de la Muerte! - gritó con voz estentórea.

Un cubo de energía envolvió el área. De sus paredes surgieron cadenas espectrales que se enroscaron alrededor de los tres demonios, inmovilizándolos. El dios se acercó a Baal y le arrebató la caja con un movimiento brusco. Con la otra mano, sacó de su armadura una moneda grabada con runas ancestrales.

Hasta nunca, demonios - se burló, lanzando la moneda al suelo. Un vórtice verde esmeralda se abrió detrás de él.

Pero entonces... ¡CRAC!

Arioch rompió las cadenas como si fueran de cristal, sus ojos brillando con un poder renovado. Baal no pudo contener una sonrisa de orgullo:

Parece que mi hijo ha desarrollado... nuevas habilidades.

El dios, sin perder un segundo, saltó hacia el portal dimensional. Arioch se lanzó tras él, logrando agarrar su pierna con una mano.

¡Suéltame! - rugió el dios, propinándole una patada en el rostro con su pierna libre antes de desaparecer en el vórtice.

Dentro del vacío interdimensional, el Dios de la Muerte examinó la caja con curiosidad.

Veamos qué secretos escondes...

Pero entonces notó algo terrible. La pierna que Arioch había tocado comenzó a petrificarse. La transformación de piedra se extendió rápidamente, cubriendo su torso, sus brazos, hasta llegar a su cuello.

¡Maldición! - logró exclamar, antes de que su boca se sellara para siempre. - He... perdido...

Fin.

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