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Chapter 4 - Capitulo 3 : jaque mate

Veinte minutos antes del ataque a la ciudad.

Zeus caminaba por el templo con unas vendas en la mano. Se detuvo frente a un amplio sofá, junto a un ventanal gigante que ofrecía una majestuosa vista de la ciudad. El sol comenzaba a ocultarse en el horizonte, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y púrpuras.

Con un suspiro, Zeus se dejó caer en el sofá y comenzó a despojarse lentamente de su armadura, visiblemente dañada por la batalla. Al quitarse la última pieza, su torso quedó al descubierto, cubierto de heridas y moretones.

—Maldición… —murmuró mientras examinaba su cuerpo maltratado—. Ya me he vuelto viejo para combates tan largos…

Comenzó a venderse en silencio, hasta que el Oráculo rompió la quietud con una voz serena:

—Mi señor, sus heridas deberían ser atendidas. ¿Desea que llame a un médico?

—No es para tanto —respondió Zeus, terminando de ajustar las vendas con firmeza—. Ahora mismo me preocupa más lo que planea Baal. Seguramente ya sabe que descubrí su traición…

El templo volvió a quedar en silencio. Por unos segundos, solo el crepitar del viento acompañaba sus pensamientos. Hasta que el Oráculo volvió a hablar, esta vez con un tono más grave:

—Mi señor… parece que tenemos un visitante no bienvenido.

Una brisa helada recorrió el salón, y entonces una figura comenzó a materializarse frente a ellos. La voz de Baal resonó, cargada de burla.

—Vaya, vaya… Creí que pasaría desapercibido. Qué ingenuo fui. Ya te percataste de mi presencia, ¿eh, Oráculo?

—¿Baal? ¿Cómo llegaste aquí? —preguntó Zeus, poniéndose de pie, con la sorpresa marcada en el rostro.

El ambiente se tensó al instante, como si el aire mismo se preparara para un enfrentamiento.

—Tranquilo —respondió Baal con una sonrisa mientras se acercaba lentamente—. Solo he venido a charlar, viejo amigo.

Baal se acercó con calma al ventanal y se recostó contra el marco de piedra, cruzando los brazos. Una sonrisa se dibujó en su rostro.

—Qué bella vista, ¿no crees? —comentó con ironía.

Era curioso que lo dijera, considerando que siempre mantenía los ojos cerrados. El Olimpo, majestuosa e inquebrantable. A pesar de siglos de conflictos y guerras titánicas, la ciudad nunca fue atacada, ni una grieta, ni una sola cicatriz. Parecía intocable.— Baal lo dijo con un tono burlón

Zeus observó la ciudad en silencio durante unos segundos, hasta que rompió la tensión:

—¿A dónde quieres llegar, Baal?

Baal sonrió, como si hubiese estado esperando esa pregunta.

—Hace aproximadamente trescientos años —empezó, con voz pausada—, forzaste a los demonios a firmar un tratado de paz. Los obligaste a participar en la guerra… a pesar de que no lo deseaban. Vivían en armonía. Su mundo era distinto a este, vastas praderas doradas se extendían hasta donde alcanzaba la vista, los ríos eran tan cristalinos que reflejaban las estrellas incluso de día, y en lugar de grandes fortalezas o palacios, sus hogares eran pequeñas casas de piedra y madera, integradas en la naturaleza, cubiertas de flores y raíces. No había muros, no había ejércitos… solo libertad.

Hizo una pausa, y sus palabras flotaron en el aire como un juicio.

—Asfódelos, la tierra prometida. Un paraíso…

—tsk.A mí solo me interesa mi gente —dijo Zeus, apretando los dientes mientras se ponía de pie—. No me importa si tuve que destruir su dichosa paz. Necesitaba soldados, y vi una gran oportunidad con los demonios. Los usé para no tener que sacrificar a los míos. Lo hice para proteger a mi pueblo... ¿Y ahora vienes a amenazarme?

La rabia y la desesperación se filtraban en su voz como una tormenta contenida.

—Lamento informarte, Baal, que me ahorraste el trabajo de ir a buscarte. Ahora que te tengo aquí... te asesinaré.

Baal sonrió con una calma perturbadora.

—¿Crees que vine por venganza? —rio con voz baja, casi divertida—. Al contrario... vengo a agradecerte. Sin ti, jamás me habría acercado a los demonios.

Entonces ocurrió algo imposible: Baal abrió los ojos por primera vez. Zeus se quedó helado.

Sus pupilas grises tenían cuatro aspas triangulares, como la mirada de una bestia llena de maldad.

—Tú no eres Baal… tú eres…

Un estruendo desgarró el aire. Un fuerte estallido sacudió el Olimpo. El suelo tembló. Desde la ciudad se alzaban columnas de fuego y humo. El corazón del reino de los dioses estaba siendo atacado.

—¡Maldito! —gritó Zeus, y se lanzó con furia desatada contra el impostor.

Justo cuando su puño tocó la túnica del falso Baal, Zeus desapareció en un destello de luz.

El impostor escupió sangre, claramente herido por el contacto. Aunque no recibió el golpe completo, el poder de Zeus había atravesado parcialmente su defensa.

—¿Q-qué hiciste...? —preguntó el oráculo, aún en shock—. ¿Dónde está Zeus? ¡Contesta!

El falso Baal rio con locura.

—Jajajajaja...

Con un simple chasquido de dedos, una ráfaga de vientos afilados arrasó con todo el templo, reduciéndolo a escombros.

De entre los restos emergió el oráculo, o al menos lo que quedaba de él, un joven de ojos grises y cabello blanco, tembloroso, sangrando, apenas podía sostenerse en pie.

Baal se acercó lentamente.

—Puedes comunicarte con las mentes, ¿verdad? —dijo, inclinando el rostro hacia él—. Dime... ¿ya les avisaste a los otros dioses?

El oráculo, temblando, reunió sus últimas fuerzas e intentó golpearlo. Pero sus golpes eran tan débiles como los de un niño enfermo. No le hicieron absolutamente nada.

—Parece que no tienes fuerza... pero tu habilidad sigue siendo un problema.

El oráculo alzó la vista. En los ojos del impostor vio algo que no pertenecía a este mundo: una oscuridad consciente, una entidad maligna. Y aún así, se atrevió a hablar.

—Los dioses más fuertes... vienen a matarte.

Baal sonrió ampliamente.

—Gracias... —dijo con voz calmada—. Ahora sé que mi plan marcha a la perfección.

Levantó una mano... y lo ejecutó sin piedad.

Mientras tanto el Olimpo comenzaba a arder, en las instalaciones de la Legión, las alarmas resonaban con urgencia. Guardias y soldados corrían en todas direcciones.

—¡¿Qué demonios está pasando?! —gritó uno de los soldados, empuñando su lanza—. ¡La ciudad está siendo atacada!

En los pasillos del cuartel general, varios dioses con título —aún recuperándose de sus heridas tras la guerra contra los titanes— se incorporaban apresurados.

Entre ellos estaban Hefesto, dios del fuego; Ares, dios de la guerra; Balder, dios de la luz; Eris, diosa de la discordia; y Morfeo, dios del sueño.

—¿Qué dices, Oráculo? —gruñó Ares, con su cuerpo aún envuelto en vendajes—. ¿¡Que el templo de Zeus fue atacado!?

Los demás dioses se miraron entre sí, desconcertados. Un escalofrío recorrió el ambiente.

—¡Oye, Oráculo! —exclamó Eris, su voz cargada de tensión—. ¡Dime qué está pasando!

Pero no hubo respuesta. Solo silencio.

Morfeo, con los ojos entrecerrados, habló con gravedad:

—Parece que el oráculo contactó a los dioses con título… nos está guiando al templo de Zeus. Eso solo significa una cosa que el enemigo está allí.

Al mismo tiempo, en distintos rincones del mundo, otros dioses sentían el llamado.

En las tierras lejanas, Hades, dios de los muertos, se levantó de su trono:

—¿Qué estás diciendo, Oráculo...? Maldición… ¡Debo ir allá!

En el fondo de los océanos, Neptuno, señor de los mares, rugía dentro de su palacio.

—¡Oráculo, maldita sea! ¿¡Qué le pasa a Zeus!?

Uno a uno, todos los dioses con título —los más poderosos— escuchaban el eco de la urgencia, de la tragedia inminente.

Todos se preparaban para responder al llamado… listos para la batalla.

Pero entonces, sucedió algo imposible.

Un destello cegador envolvió a cada uno de ellos. En un parpadeo, el suelo desapareció bajo sus pies. El cielo cambió. El aire… era distinto.

En un abrir y cerrar de ojos, los veinticuatro dioses con título fueron... teletransportados.

Desaparecieron del mundo de los dioses… y reaparecieron en un planeta remoto, estéril, sin vida. Un desierto sin fin, bajo un cielo pálido y silencioso. No había templos, ni enemigos, ni civilización. Solo un vacío eterno.

—¿Qué… qué ha pasado? —murmuró Forseti, dios de la justicia, mirando el horizonte desolado.

No hubo respuesta. Solo el eco de sus voces en aquella tierra muerta.

Mientras tanto en las ruinas del templo de Zeus

Una figura femenina apareció detrás de Baal, envuelta en un destello de luz. Era una mujer joven de cabello castaño, mirada decidida y una túnica.

—El plan de emergencia ha resultado con éxito, mi señor —anunció con voz firme.

—Bien hecho, Beatriz. Tu habilidad para teletransportar fue clave en esta jugada.

Beatriz sonrió con orgullo, pero apenas un segundo después, su cuerpo se dobló de dolor. Cayó de rodillas y comenzó a vomitar sangre.

—Tsk… parece que te sobreesforzaste —comentó Baal sin alarma, como quien ve una consecuencia esperada.

Beatriz respiró con dificultad, limpiándose la boca con el dorso de la mano.

—Sin la ayuda de Arioch… jamás habría podido hacerlo. Me compartió su energía vital... Solo así logré teletransportar a los veinticuatro dioses.

—Entonces debemos darnos prisa —dijo Baal, cerrando sus ojos nuevamente como si ocultara un secreto demasiado pesado—. Los dioses no tardarán en encontrar la forma de regresar. Hay que recuperar la Caja de Pandora cuanto antes.

Beatriz se puso en pie con esfuerzo, su voz aún débil, pero decidida.

—No creo que eso sea un problema. Con los dioses con título fuera del camino, solo quedan los más débiles defendiendo la ciudad.

Guardó silencio por un instante, mientras observaba la ciudad incendiada. Las llamas teñían el Olimpo con una luz siniestra, y las columnas de humo se alzaban como presagios de un nuevo orden.

—Ahora el Olimpo caerá… como cayó nuestra tierra Asfódelos. Dijo beatriz

El sol terminó de ocultarse, dejando atrás la última chispa de luz.

La ciudad de los dioses ardía.

Fin.

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