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Chapter 12 - "LA LEONA DE VALERIUS"

(Narrado por la Princesa Heredera Seraphina de Valerius)

La adulación es el veneno más dulce de la corte. Y hoy, el joven Lord Valerius me estaba sirviendo una copa rebosante.

"Su Alteza, su belleza esta tarde solo es rivalizada por la ferocidad del león de nuestro estandarte", dijo, su voz empalagosa mientras besaba el dorso de mi mano. Sus ojos, sin embargo, no me miraban a mí; miraban el sello del león en el anillo que yo llevaba, el símbolo de mi derecho como heredera al trono.

Retiré mi mano con una lentitud deliberada y le dediqué la sonrisa que había perfeccionado para momentos como este: una mezcla de encanto deslumbrante y una promesa de peligro. Me acerqué un poco, invadiendo su espacio personal, y bajé la voz a un susurro íntimo.

"Lord Valerius, un cumplido tan audaz...", dije, observando cómo sus pupilas se dilataban. "Me pregunto si su habilidad con la espada es tan afilada como su lengua. Porque la ferocidad de una leona, como bien sabe, no se admira desde lejos. Se prueba en el combate".

El joven noble palideció. Tartamudeó una excusa incoherente y se retiró con una reverencia torpe, casi tropezando con sus propios pies. Victoria. Rápida y limpia. Solté un suspiro, no de satisfacción, sino de un agotamiento profundo. Este era mi día a día. Un combate constante donde mis armas eran sonrisas calculadas y un coqueteo que usaba como un escudo y una daga. Todos veían a la Princesa Heredera, la Leona de Valerius, la mujer que un día gobernaría. Nadie veía a Seraphina.

"Tu crueldad con tus admiradores algún día provocará una guerra, hermana".

La voz tranquila de Elian resonó desde la puerta del salón. Mi hermano mayor estaba apoyado en el marco, con los brazos cruzados. Su armadura de capitán de la guardia real brillaba, un contraste con las sedas de la corte. A pesar de ser el primogénito, él no era el heredero. Y esa era la fuente de todos los susurros y todas las intrigas de Valerius.

"Elian", sonreí, mi máscara cayendo por un instante. "Si mis palabras provocan una guerra, será una guerra que ganaré. Y tú estarás a mi lado para asegurarte de ello, como siempre".

"Es mi deber", respondió, sin una pizca de resentimiento. O al menos, ninguna que dejara ver. "¿Lista para tu lección de hoy?".

"Nací lista", repliqué, y lo seguí al patio de armas.

Nuestro reino no se rige por la edad o el género, sino por el "Rugido del Corazón". Una tradición ancestral. A los quince años, los hijos del monarca se presentan ante el Corazón de León, un artefacto antiguo que es la fuente de la magia de nuestra tierra. La leyenda dice que el Corazón ruge por aquel cuya voluntad y poder son más capaces de guiar a Valerius. Hace un año, ante toda la corte, el Corazón de León había rugido por mí. Un rugido que me coronó como heredera y sentenció a mi hermano a ser mi escudo.

Nuestros combates de entrenamiento eran la única vez que me sentía verdaderamente libre. El choque del acero era más honesto que cualquier palabra dicha en la corte. Elian era fuerte, un baluarte de defensa. Pero yo era rápida, agresiva, impredecible. Mi estilo era el de una depredadora que juega con su presa antes de dar el golpe final. La pelea terminó como casi siempre: con la punta de mi florete rozando su garganta tras una finta que lo dejó descolocado.

"El Rugido no se equivocó", dijo, jadeando pero con una sonrisa orgullosa. "Tienes el instinto de una reina".

"Y tú tienes el corazón del mejor protector que una reina podría desear", respondí, ayudándole a levantarse. Lo quería más que a nada en el mundo, y sabía que el peso de mi corona era también su propia carga silenciosa.

Fue más tarde ese día que mi padre, el Rey Ragnar, me convocó a su estudio privado. Era una habitación que olía a cera de velas, cuero viejo y al peso de las decisiones.

"Seraphina", dijo, sin rodeos. "El festival. Sé que lo detestas".

"Detestar es un verbo demasiado suave, padre. Lo desprecio", contesté, sentándome frente a su imponente escritorio de roble.

Él sonrió, una sonrisa cansada. "Tu honestidad es un arma de doble filo, hija mía. Pero es una de las razones por las que el Corazón te eligió. No te andas con rodeos". Se inclinó hacia adelante. "Te propongo un trato. Soporta las formalidades, los bailes y los nobles insufribles. A cambio, te ofrezco... un entretenimiento".

"¿Un nuevo bufón?", pregunté con sarcasmo.

"Algo mejor", replicó, y sus ojos grises brillaron con un destello que no le había visto en mucho tiempo. "Mi más viejo amigo, Ibuki Hoshino, vendrá desde el Este. Y trae a su hijo, su heredero".

"Otro joven príncipe con la cabeza llena de aire y el ego más grande que su reino. Qué emoción", dije, sin poder evitarlo.

Mi padre se rio. "No. Te aseguro que este no es así. Las historias que me llegan de él son... extraordinarias. Dicen que es un genio con la espada, pero que prefiere usar una sonrisa para ganar sus batallas. Dicen que su carisma es un huracán y que su lealtad es inquebrantable. Dicen que es tan fuerte como tú, Phina".

Me enderecé en mi silla, mi interés finalmente capturado.

"Lord Ibuki me ha escrito", continuó mi padre, "y me ha dicho que su hijo es... 'especial'. Cree que es la única persona en este continente que podría ver más allá de la Corona de la Leona y simplemente ver a la mujer que la lleva. Cree", hizo una pausa, y su sonrisa se ensanchó, "que es el único hombre que podrías encontrar que no te tema, que te desafíe, y que quizás, solo quizás, logre dejarte sin palabras".

Una risa incrédula escapó de mis labios. "¿Un hombre capaz de dejarme sin palabras? Padre, creo que el vino del mediodía te ha afectado".

"Es una posibilidad", admitió. "Pero, ¿no vale la pena averiguarlo? Considéralo tu propio juego privado en medio del aburrimiento del festival. Un sujeto de estudio. Un enigma".

Me quedé en silencio, mi mente acelerada. Un igual. Un desafío. Un enigma.

La propuesta de mi padre era una genialidad. No me había pedido que cumpliera con mi deber. Me había retado. Y si hay algo que yo, Seraphina de Valerius, nunca rechazo, es un buen desafío.

"De acuerdo, padre", dije, levantándome. Una sonrisa depredadora, la misma que usaba en el combate, se dibujó en mi rostro. "Trae a tu 'joven especial'. Tengo curiosidad por ver si su rugido es tan fuerte como dicen".

O si solo es otra presa esperando a ser cazada.

La propuesta de mi padre había sido una jugada maestra. Al presentar al heredero Hoshino como un "enigma", había transformado mi desdén por el festival en una enfocada anticipación. Los días siguientes no los dediqué a probarme vestidos, sino a preparar mi campo de batalla. Mi territorio era la información.

Mi excusa fue la necesidad de "comprender mejor a nuestros distinguidos invitados". Mi motivo real era descifrar la naturaleza de la pieza más impredecible que mi padre estaba a punto de poner en el tablero.

Más tarde volví y encontré a Elian en el patio de entrenamiento, como era su costumbre. El choque del acero era su meditación. Me uní a él, y nuestro combate fue, como siempre, una conversación más honesta que cualquier otra que pudiéramos tener. Él era la fuerza, yo la velocidad. Él era el escudo, yo la daga. Cuando finalmente lo desarmé, nos sentamos en un banco de piedra, el vapor escapando de nuestros cuerpos en el aire fresco de la mañana.

"Sigues pensando en ello", dijo Elian, sin necesidad de preguntar a qué me refería. Él me conocía mejor que nadie.

"Padre no mueve una pieza sin tener tres jugadas de ventaja en mente", respondí, secándome el sudor de la frente. "Su interés en este joven Hoshino es más que una simple cortesía. Lo está posicionando como un jugador clave en el festival".

"Y te preocupa que sea uno que no puedas predecir", concluyó mi hermano con una sonrisa comprensiva.

"Me intriga", corregí. "En un tablero lleno de peones predecibles, una pieza desconocida es una amenaza o una oportunidad. Necesito saber cuál de las dos es".

Elian envainó su espada, su expresión volviéndose seria, casi reverente. "Para entender al hijo, primero debes entender la leyenda del padre. He crecido escuchando a nuestro padre contar historias sobre Lord Ibuki. No son los cuentos exagerados que se oyen en las tabernas".

Me acomodé, dándole toda mi atención.

"Padre las llama 'lecciones de honor'", comenzó Elian, su mirada perdida en el recuerdo. "Me contó una vez sobre la Batalla del Paso Lúgubre. Un campeón enemigo, un gigante conocido por su fuerza y sus insultos, desafió a nuestro mejor guerrero. Padre se preparaba para aceptar, pero Ibuki, entonces un joven samurái, dio un paso al frente. El gigante se rio de él, lo provocó. Ibuki no dijo una sola palabra. Simplemente esperó. Cuando el gigante finalmente cargó, la batalla terminó en un parpadeo. Un solo corte. Sin honor, sin gloria, sin celebración. Simplemente eficiencia letal. Silenció una amenaza para su señor".

Me quedé en silencio, imaginando la escena. Un guerrero así era el polo opuesto de los fanfarrones caballeros de nuestra corte.

"Hay otra historia", dijo Elian, su voz ahora más suave. "La del Juramento del Puente Roto. Estaban en una retirada táctica, con el enemigo pisándoles los talones. El puente se derrumbó, dejando a Padre y a la mitad de sus hombres atrapados. Ibuki se quedó en el otro lado, con apenas una docena de hombres, enfrentándose a un ejército. Padre le gritó que se salvara. Pero Ibuki plantó su estandarte. Juró que ni un solo enemigo cruzaría hasta que el último hombre de Padre estuviera a salvo. Y cumplió su promesa. Luchó durante horas como una muralla de un solo hombre".

Un escalofrío me recorrió. Honor. Deber. Juramentos. Esas no eran las monedas con las que comerciaban los nobles de mi corte. Ellos comerciaban con favores y traiciones.

"Un hombre así es un aliado poderoso", admití, mi voz apenas un susurro. "Su lealtad no tiene precio".

"Exacto", dijo Elian. "Y un hombre así cría a sus hijos a su imagen. Padre no solo está trayendo a un amigo. Está trayendo una leyenda viviente para recordarle a la corte lo que es el verdadero poder y la verdadera lealtad".

Se puso en pie, su rostro ahora serio y cómplice. "Por eso cree que el hijo te interesará. No es un príncipe criado en nuestros juegos de susurros y veneno. Es el hijo de un hombre que una vez detuvo un ejército con una promesa".

Me quedé en silencio, el peso de esas historias asentándose sobre mí. La imagen que tenía de este misterioso heredero estaba cambiando. Ya no era solo un "enigma" para mi entretenimiento. Era el vástago de una leyenda. Un joven forjado por un código de honor que yo apenas podía comprender.

"Quizás...", dije finalmente, "quizás este festival no sea tan predecible como pensaba".

Elian sonrió, una sonrisa genuina y cómplice. "Eso es lo que yo creo".

Me ofreció una mano para levantarme. "Ahora, vamos. Si vas a medir tu fuego contra el de un huracán del Este, más vale que estés preparada".

Acepté su mano, pero mi mente ya no estaba en el patio de entrenamiento. Estaba lejos, en el Este, preguntándome qué clase de joven podría nacer de la sombra de una leyenda tan grande. La curiosidad que mi padre había plantado ahora era un árbol en pleno crecimiento. Y yo, por primera vez, esperaba con una impaciencia casi febril la llegada de ese viento del Este.

(Narrado por Hinata Hoshino)

La advertencia de mi sueño se convirtió en un peso invisible que llevaba sobre mis hombros cada día. El mundo a mi alrededor seguía girando, ajeno a la fractura que yo había presenciado. El sol salía, mi familia entrenaba, reía, discutía... y yo los observaba a todos como si fueran preciosas figuras de cristal a punto de caer de una estantería.

Me volví una experta en el miedo silencioso.

Cuando Edu, en medio de un combate de entrenamiento, realizaba un movimiento demasiado audaz, una llamarada de poder demasiado brillante, yo contenía la respiración, mi corazón helado recordando la energía caótica y púrpura que lo había consumido en mi visión. Cuando Kenji se enfrascaba en un debate estratégico con mi padre, yo solo podía pensar en el genio que no pudo evitar el desastre. Vivía con los fantasmas de un futuro que aún no había muerto.

Y sabía que el primer eco real de esa pesadilla estaba por llegar.

Esa mañana, el aire se sentía diferente. Pesado. Expectante. Rechacé el desayuno, una bola de ansiedad instalada en mi estómago. Mi madre me tocó la frente, preocupada.

"¿Te sientes bien, Hinata? Estás pálida".

"Solo es un dolor de cabeza, mamá", mentí. La mentira se sentía amarga en mi boca.

Pasé la mañana en la veranda, observando el camino que llevaba a nuestra finca. Cada nube de polvo levantada por el viento hacía que mi corazón diera un vuelco. Shizuka, al verme tan quieta, me trajo una taza de té.

"Parece que estás esperando a alguien, Hinata-sama", dijo con su habitual franqueza.

No pude responder. Solo asentí. ¿Cómo podía explicarle que estaba esperando la llegada del primer presagio del apocalipsis?

Y entonces, lo vi. Un jinete a lo lejos, portando un estandarte que ondeaba con la brisa. Un estandarte azul y plateado, con el león dorado de la Casa de Valerius.

Se me heló la sangre.

"¡Un mensajero se acerca!", gritó uno de los guardias de la puerta.

Me levanté, mis piernas temblando. Ya está aquí.

Nos reunieron a todos en la sala principal, el gran salón donde mi padre recibía a los invitados importantes. La habitación, que siempre me había parecido cálida y acogedora, hoy se sentía como el escenario de una tragedia inevitable. Me senté en mi cojín, mis manos apretadas en mi regazo, y observé cómo se desarrollaba la escena que ya había vivido una vez.

Cada detalle era una tortura. La forma en que mi padre se sentó, su rostro sereno e imponente. La elegancia con la que mi madre se acomodó a su lado. La curiosidad en los ojos de Edu y Kenji. Era todo exactamente igual. Un eco perfecto.

El heraldo entró. Era el mismo hombre. La misma barba recortada, la misma cicatriz sobre la ceja izquierda. Se arrodilló con la misma gracia marcial.

"Lord Ibuki", dijo, su voz resonando en el silencio. "Traigo un mensaje y una invitación del Rey Ragnar de Valerius".

Presentó el pergamino. El sello de cera dorada con el león rampante era idéntico al de mi sueño. Mi corazón latía con tanta fuerza que estaba segura de que todos podían oírlo.

Mi padre tomó el pergamino. El sonido del sello al romperse fue como el crujido de la primera grieta en la realidad.

Y entonces, comenzó a leer.

"El Rey Ragnar de Valerius invita a la noble Casa Hoshino..."

...al Festival del Sol Invicto, completé la frase en mi mente, un sudor frío recorriendo mi espalda.

"...para celebrar el Torneo de la Concordia, en honor a la mayoría de edad de sus herederos..."

...y para que Edu demuestre su fuerza y yo observe a la princesa...

"...y se sentirá profundamente honrado de recibir a toda su estimada familia como nuestros invitados de honor".

Las palabras terminaron. Las reacciones fueron las mismas. La sonrisa emocionada de Edu. La mirada calculadora de mi madre. La expresión pensativa de Kenji. Era una repetición perfecta. Una obra de teatro macabra en la que solo yo conocía el acto final.

Contuve la respiración. Ahora. Ahora venía la parte crucial. El momento que lo confirmaría todo.

Observé las manos de mi padre, mi mundo entero reducido a ese único punto. Esperé a que mencionara la segunda carta. La carta personal. La advertencia. La que hablaba de las bestias, del peligro en el norte, la que le daba a nuestro viaje su verdadero y terrible propósito.

Mi padre enrolló el pergamino que acababa de leer.

Se lo entregó a un sirviente.

Miró al heraldo.

"Agradece al Rey Ragnar por su generosa invitación", dijo con su voz grave y tranquila. "Es un gran honor. La Casa Hoshino estará presente".

No.

No.

"Puede retirarse", concluyó mi padre.

El heraldo hizo una reverencia, se dio la vuelta y se marchó. Las grandes puertas de la sala comenzaron a cerrarse, cada centímetro un clavo más en mi ataúd.

¡Espera!, gritó mi mente. ¡La otra carta! ¡Padre, pregúntale! ¡Falta la advertencia!

Pero mi voz no salía. Estaba atrapada, una prisionera en mi propio cuerpo, viendo cómo la única prueba tangible de mi profecía se desvanecía. Las puertas se cerraron con un golpe sordo y definitivo.

"¡Un viaje a Valerius! ¡Fantástico!", exclamó Edu, rompiendo el silencio. "Siempre he querido medir mi acero con el del Príncipe Elian".

"Será una oportunidad inmejorable para fortalecer nuestras relaciones diplomáticas", analizó mi madre.

Sus voces eran un zumbido lejano. El mundo se había vuelto borroso, desenfocado. Me sentía flotando, la cabeza ligera por el pánico.

El guion se había roto. La historia había cambiado.

Y la nueva versión era infinitamente más aterradora.

El futuro que había visto seguía ahí fuera, esperándonos. La misma tormenta, la misma oscuridad. Pero ahora, la única luz de advertencia que teníamos se había extinguido antes de poder brillar.

Íbamos a caminar directamente hacia la boca del lobo.

Y éramos tan felices por ello.

Esa noche, no pude dormir. Di vueltas en la cama, las alegres conversaciones de mi familia sobre el viaje resonando en mi cabeza como una burla. Me sentía más sola que nunca. ¿Cómo podía salvarlos si ni siquiera podía advertirles? ¿Quién me creería? Una niña con una pesadilla.

Acurrucada bajo las sábanas, las lágrimas finalmente llegaron. Lloré en silencio, no de miedo, sino de pura impotencia. Recé. A cualquier dios que quisiera escuchar. Recé por una señal. Por ayuda. Por una respuesta.

Y finalmente, el agotamiento me venció.

Caí en un sueño. Pero no era la oscuridad caótica de mi profecía.

Me encontraba en un lugar de una calma imposible. Un jardín de luz blanca, donde las flores eran de cristal y el aire no se movía. Todo era perfecto. Geométrico. Y estéril.

Una voz resonó en el silencio, no en mis oídos, sino directamente en mi alma. Era una voz ancestral, calmada y llena de una tristeza infinita.

Has visto la verdad, pequeña profetisa, dijo la voz. Has visto la herida en la creación. La sombra que tiene el rostro de tu hermano.

Me estremecí, sintiéndome completamente expuesta.

Él no es malo, continuó la voz, como si leyera mi lealtad. Es una anomalía. Un amor tan potente que se rompió y ahora amenaza con deshacerlo todo. Yo también lo amé, en el principio de los tiempos. Y por eso, sé que debe ser... sanado. Borrado antes de que su tragedia se convierta en la de todos.

Me sentí envuelta en una sensación de validación, de comprensión. Este ser... me entendía.

No estás sola, Guardiana de la Advertencia, susurró la voz. La advertencia que esperabas no llegó porque, en esta línea de tiempo, la única advertencia eres tú. Pero yo te guiaré. Te ayudaré a navegar por la oscuridad que se avecina. Sé prudente. Nadie más está listo para comprender la magnitud del sacrificio que se requerirá. No confíes la totalidad de tu visión a nadie. Aún no.

Me desperté con el corazón tranquilo por primera vez en días, pero con la mente en un torbellino. La profecía había sido un grito de terror. Este nuevo sueño... había sido un susurro de estrategia.

Un dios me había hablado. Y me había ofrecido su ayuda.

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