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Chapter 14 - "FUEGO DE CAMPAMENTOS, VERDADES Y UNA GATA CELOSA"

Dejamos atrás los muros de Aethel justo después del mediodía. El bullicio de la ciudad fue reemplazado por el sonido rítmico de los cascos de los caballos y el traqueteo de nuestro carruaje. A la cabeza de nuestra formación cabalgaban ahora los tres aventureros del Gremio. Su presencia cambiaba la atmósfera por completo. Ya no éramos una familia noble en un viaje; éramos una expedición en territorio hostil.

Garrick, el líder, era un hombre forjado en la adversidad. Su rostro era un mapa de cicatrices que contaba más historias que cualquier bardo, y su mirada lo abarcaba todo con una evaluación constante. Borin, el enano, marchaba a pie junto al carruaje principal, su enorme escudo a la espalda, refunfuñando sobre el sol y la inutilidad de los caminos a cielo abierto. Pero fue Elara, la elfa, quien capturó mi atención. Se movía en la vanguardia, deslizándose entre los árboles del borde del camino con una quietud que la hacía parecer una aparición, su gran arco de tejo siempre en la mano.

Mi padre cabalgó junto a Garrick para ultimar los detalles. "Su única prioridad es la seguridad de la caravana hasta el otro lado del paso", le oí decir.

"Entendido, Lord Hoshino", respondió el guerrero con voz grave. "No nos interesan los bandidos, solo el camino. Mientras sus jóvenes no causen problemas, no habrá problemas". Su mirada se desvió un instante hacia Edu, que cabalgaba con una estudiada indiferencia.

Mi hermano, al sentirse observado, le dedicó a Garrick una de sus sonrisas más radiantes. "Prometo ser la viva imagen de la discreción y el buen comportamiento".

Garrick ni parpadeó. "Eso espero".

A media tarde, entramos en el Paso del Susurro. El sol desapareció, devorado por acantilados de piedra que se alzaban a ambos lados como colmillos. El viento comenzó a soplar, canalizándose por el estrecho camino y creando un coro de susurros lastimeros que parecían contar historias de viajeros perdidos. Un frío que no era por la falta de sol se me coló hasta los huesos. Mi mano, instintivamente, buscó el recuerdo del pergamino en el tablón del gremio. Las bestias... actúan de forma extraña.

El ritmo lento y la tensión palpable pronto agotaron la paciencia de mi hermano. Lo vi espolear suavemente a su caballo, adelantándose hasta cabalgar a la par de la silenciosa elfa. Me asomé por la ventanilla del carruaje, curiosa y aprensiva a partes iguales.

"Elara-san", comenzó Edu, su voz tranquila para no romper la quietud. "Disculpe mi intrusión".

"No hay intrusión, Lord Hoshino. Solo un jinete más en el camino", respondió ella sin girar la cabeza, sus ojos fijos en el sinuoso sendero que se abría ante nosotros.

"No me refería a mi presencia, sino a mi observación", dijo Edu. "Es fascinante verla trabajar. Es como si no necesitara sus ojos para ver".

Esta vez, Elara giró la cabeza una fracción de segundo, la sorpresa brillando en sus ojos claros. "¿A qué se refiere?".

"Usted escucha el viento", explicó mi hermano, y me di cuenta de que no estaba coqueteando; estaba analizando. "Siente la vibración de la roca bajo los cascos de su caballo. Su cabeza se inclina, no para ver, sino para descifrar los susurros de este paso. Es el tipo de habilidad que nace del instinto puro, no del entrenamiento en un patio".

Fue un cumplido preciso, observador y profesional. Vi cómo la rígida postura de la elfa se relajaba casi imperceptiblemente. "La naturaleza habla, Lord Hoshino. Pocos nobles se detienen a escuchar".

"Un arco es solo un trozo de madera", continuó Edu con una sonrisa suave. "La verdadera arma es el espíritu del arquero que lo sostiene. Y el suyo, Elara-san, parece tener una conversación muy interesante con este lugar".

Justo cuando una genuina calidez parecía nacer entre ellos, Zuzu, desde el hombro de mi hermano, decidió que la conversación se había vuelto demasiado profunda. Soltó un maullido agudo y posesivo y le dio un suave manotazo en la mejilla, como diciendo: "Ya basta de cumplidos a extraños. Préstame atención a mí".

Observé a nuestras propias guardianas, que cabalgaban a una distancia prudente. Shizuka negó con la cabeza, murmurando algo que sonó como "incorregible". Azumi permanecía con el rostro impasible, pero sus nudillos estaban blancos donde aferraba las riendas de su caballo.

Mi hermano no coquetea, pensé con una claridad repentina. Él cartografía. Dibuja un mapa del alma de las personas con sus palabras para encontrar el camino más rápido a su centro.

De repente, un crujido ensordecedor resonó desde lo alto del acantilado.

"¡ALTO!", rugió Garrick, su voz un trueno que detuvo a toda la caravana.

Una lluvia de rocas y tierra se precipitó sobre nosotros. Fue un instante de caos perfectamente coordinado. Borin, el enano, se movió con una velocidad increíble para su tamaño, interponiendo su enorme escudo para proteger nuestro carruaje. Shizuka levantó una mano y un pequeño domo de tierra desvió los cascotes que caían cerca de ella. A mi lado, vi a Azumi y Elara moverse como un solo ser, una a cada lado del camino, con sus armas desenfundadas y sus miradas barriendo las alturas en busca de una amenaza. Edu ya tenía su katana en la mano, su sonrisa desaparecida, reemplazada por la máscara fría y letal de un guerrero.

La polvareda se asentó. Había sido un desprendimiento natural, nada más.

"Falsa alarma", gruñó Garrick, aunque su mirada hacia nuestro grupo ahora contenía un nuevo nivel de respeto. "Su gente es rápida", le dijo a mi padre, que simplemente asintió.

Al atardecer, Garrick encontró un lugar para acampar: una pequeña cañada protegida por una pared de roca natural. "¡Haremos noche aquí!", ordenó. "¡Borin, tú y yo en la entrada! ¡Elfa, a las alturas! ¡Los demás, aseguren el interior y enciendan un fuego, pero que sea pequeño!".

El sol se hundió tras los picos de piedra, sumiendo el paso en una oscuridad casi total y en un coro de susurros aún más fuerte. La primera parte de nuestro viaje a través del paso había terminado.

Pero la larga y tensa noche, apenas acababa de comenzar.

El sol se hundió tras los picos de piedra, y el Paso del Susurro se entregó a la noche. La oscuridad aquí era diferente, más profunda, y el viento, ahora nuestro único compañero, aullaba con una voz que erizaba la piel. Montamos el campamento en una cañada protegida que Garrick había elegido, su experiencia evidente en cada orden que daba.

Pronto, dos fuegos ardían en la penumbra, dos pequeñas islas de luz y calor en un océano de sombras. El fuego de los aventureros era profesional y silencioso. Garrick revisaba los perímetros, Borin roncaba suavemente con su hacha en el regazo, y Elara ya se había desvanecido para tomar su puesto de vigilancia en las alturas.

Nuestro fuego era... más complicado. Shizuka preparaba un estofado cuyo aroma especiado luchaba contra el olor a roca húmeda. Kenji había logrado encender una pequeña lámpara de aceite y leía, ajeno a todo. Y Edu... mi hermano era un león enjaulado, paseando de un lado a otro, su energía demasiado grande para el pequeño espacio de nuestro campamento.

"¿No puedes quedarte quieto?", le espetó Shizuka. "Me estás poniendo nerviosa".

"La quietud es el primo de la complacencia", replicó Edu con dramatismo. "Un guerrero debe estar siempre en movimiento, siempre alerta".

"O simplemente estás aburrido y buscas crear problemas", murmuró Azumi desde la sombra donde pulía sus cuchillos. Su voz era baja, pero todos la oímos.

Edu se detuvo y le sonrió. "Mi querida Azumi, ¿acaso crees que soy tan predecible?". Antes de que ella pudiera responder, tomó dos tazas del té caliente que Shizuka había preparado y, con una mirada desafiante hacia sus dos guardianas, se dirigió hacia las rocas donde Elara vigilaba.

Lo vi acercarse a la elfa, que estaba sentada en un saliente, su silueta una línea de elegante concentración contra la luna.

"Para la centinela", le oí decir a Edu, su voz ahora desprovista de su habitual arrogancia, teñida de un respeto genuino. "Una noche fría requiere un fuego interior".

Elara lo miró, primero con sorpresa, luego con una cautela profesional. Aceptó la taza. "Gracias, Lord Hoshino. Aunque mi concentración es suficiente para mantenerme caliente".

"La concentración se alimenta de la voluntad", respondió Edu, sentándose a una distancia respetuosa. "Y la voluntad se agota en la soledad. Lo he visto en los ojos de los generales, de los maestros de espada... y en los suyos. La carga de ser quien ve el peligro antes que nadie, de estar siempre un paso por delante en la oscuridad... es un camino solitario".

Elara se quedó completamente inmóvil. La máscara de profesionalidad de la elfa se resquebrajó, revelando a una mujer que había sido vista, verdaderamente vista, quizás por primera vez en mucho tiempo. "Pocos entienden esa carga", dijo ella, su voz apenas un susurro. "La ven como un don, no como un peso".

"Todo don es un peso", replicó Edu suavemente. "La pregunta es si elegimos llevarlo solos, o si permitimos que alguien nos ayude a soportarlo, aunque sea con una simple taza de té".

Desde nuestro fuego, la atmósfera se había vuelto eléctrica. Shizuka ahora revolvía el estofado con una fuerza que amenazaba con abollar el caldero. Azumi había dejado de pulir su daga y simplemente la sostenía, su agarre tan fuerte que sus nudillos estaban blancos.

Fue Zuzu quien rompió el hechizo. La gata, que había estado fingiendo dormir en el abrigo de Edu, se levantó con una calculada indiferencia. Se estiró, bostezó, y luego caminó directamente hacia la taza de té de mi hermano y, con la torpeza más deliberada que jamás he visto, "tropezó", volcando todo el líquido caliente sobre su regazo.

"¡AH! ¡POR TODAS LAS ESTRELLAS, ZUZU!", gritó Edu, poniéndose en pie de un salto, rompiendo por completo el momento profundo y filosófico. "¡En el instante más poético de todo el viaje! ¡Tienes el peor sentido del drama de todos los seres de este mundo!".

Elara lo observó todo: el solemne joven señor ahora saltando y quejándose, sacudiéndose el té caliente mientras era fulminado por la mirada inocente de su propia mascota. Y entonces, se rio. Una risa genuina, cristalina y libre que pareció silenciar al propio viento.

"Parece que su guardiana personal es muy posesiva, mi lord", dijo, su voz teñida de una diversión que la hacía parecer más joven, más real. "No se preocupe, la soledad del vigilante es una vieja amiga".

Con un último asentimiento, esta vez lleno de una calidez que antes no estaba, se giró de nuevo hacia la oscuridad del paso. Edu se quedó de pie, goteando, completamente derrotado por una bola de pelos.

Más tarde, cuando el campamento finalmente se sumió en el silencio y todos dormían, yo no pude encontrar la paz. La imagen del pergamino en el gremio seguía ardiendo en mi mente. Con el corazón en la garganta, me levanté y subí a la roca donde Elara seguía de guardia.

Ella me sintió llegar. "¿Tú tampoco puedes dormir, pequeña?".

"El viento...", susurré. "Cuenta historias tristes".

Ella asintió, su mirada fija en la oscuridad. "Siempre lo hace".

"En el gremio... vi un papel. De Pinar del Norte", dije, mi voz temblorosa. "Decía que los animales cazaban con un plan".

Elara se giró para mirarme, su rostro serio a la luz de la luna. "¿Por qué te interesa tanto un rumor olvidado, niña?".

"Porque... a veces siento cosas", respondí, la confesión saliendo como un aliento contenido. "Y ese papel... se sentía como se siente este paso. Triste. Asustado. Como si algo estuviera mal de una forma que nadie quiere admitir".

Elara sostuvo mi mirada durante un largo, largo momento. Y en sus ojos, no vi duda. Vi reconocimiento.

"Tu corazón es más agudo que los ojos de la mayoría de los hombres, Hinata Hoshino", dijo finalmente, usando mi nombre por primera vez. "Los rumores del norte son ciertos. Los he oído en las tabernas de tres reinos diferentes. Siempre lo mismo. Es una verdad inconveniente. Es más fácil ignorarla". Me puso una mano en el hombro. "Pero tú no lo ignoras. Y yo tampoco. Es bueno saber que no soy la única que escucha al viento".

Por primera vez desde que mi mundo se rompió, sentí un pequeño y frágil brote de esperanza. No estaba sola.

Al amanecer, salimos del paso. El sol nos recibió como un viejo amigo.

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