Cherreads

Chapter 63 - El Viaje Hacia Trimbel

Por las calles de Trum, el frío era mortal. Sin la protección suficiente, te helaba los huesos. El viento ululaba entre las casas de piedra, llevando consigo remolinos de nieve que arañaban la piel. Pensativo, el joven se preguntó:

¿Cómo será la ciudad de Trimbel?

Desde que llegó a este mundo, solo ha visitado pueblos. Se imaginó una ciudad llena de gente y bestias por todos lados, como en esos MMORPG que tanto le gustaba jugar.

Cuando llegue, lo primero que haré será dormir y comer en una posada de lujo… bueno, quizás solo un poco mejor que las que he tenido hasta ahora, se rió para sí mismo.

Cuando estaba por llegar a la herrería, notó al hombre de la academia que venía de frente. Se acercó a él y le dijo:

—Hola, joven. Gracias por lo del otro día. Sin ti, quizás no habríamos podido salvar a esas personas —dijo, ofreciéndole la mano.

Arthur respondió:

—Hola, no fue nada. Eran compañeros del gremio, después de todo —y le devolvió el saludo.

Con una sonrisa, el hombre añadió:

—También quería agradecerte por salvar a mis jóvenes de la academia. Cuando me contaron que un aventurero despeinado los había ayudado... gracias por eso.

—Por cierto, ¿cuál es tu nombre?

—Arthur Schopenhauer. Pero si gusta, puede llamarme joven despeina... digo, joven filósofo.

—Bien, un gusto, joven filósofo. Yo soy Lione, profesor en la Academia Viento Profundo, en Trimbel.

Arthur lo miró sorprendido. Sabía que era de una academia, pero no pensó que fuera de Trimbel, justo donde él se dirigía.

—Qué coincidencia —dijo Arthur—. Yo voy de viaje hacia Trimbel para inscribirme en la academia.

—¿En serio? —fue el turno de Lione de sorprenderse—. Jajaja, perfecto. Nos veremos mucho, entonces.

—Bueno, joven Arthur. No te quitaré más tiempo. Toma esto.

Arthur tomó un trozo de tela con un símbolo y preguntó:

—¿Qué es?

—Este es mi símbolo de maestro. Con él te será más fácil la entrada a la academia. Nos veremos en Trimbel, joven. ¡Adiós!

Arthur miró al profesor Lione de la academia alejarse mientras empezaba a caer la nieve, mojándole el abrigo. Guardó el sello y se dirigió a la herrería.

Dentro pudo ver a Monso trabajando en algo. El calor de la forja lo envolvió como un abrazo áspero, haciendo que la humedad de su ropa comenzara a evaporarse al instante. Pasar del frío al calor de la forja era como pasar a otro mundo. Afuera estaba mojado y helado; adentro, seco y cálido. El sonido de los martillos era incesante, marcando el ritmo de una sinfonía metálica y ruda.

Arthur se acercó al enano y dijo:

—Buenos días, señor Monso. ¿Cómo va el trabajo?

Monso se giró y sonrió.

—¡Pero si es el joven Arthur! Qué gusto volver a verte. Escuché que una criatura poderosa apareció en la mina y estaba preocupado de que te pasara algo.

Arthur sintió calidez en su corazón. Este enano me recuerda a Krank… pero más abierto y sincero.

Arthur puso una pose heroica y dijo:

—Bueno, no diré que yo derroté a la criatura, pero fui una pieza clave en la victoria.

—¡Bien, bien! —Aunque no hayas hecho mucho, participar ya es un gran mérito —dijo, soltando una carcajada—. Por cierto, tus dos piezas de armadura ya están listas.

Arthur se sorprendió.

—¿En serio?

Monso infló el pecho.

—Por supuesto. Apenas te fuiste, empecé a trabajar.

Monso sacó un conjunto de armadura de un cajón polvoriento. Era una pechera sin mangas y dos muñequeras.

—Ten, tal como te comenté antes. Esto es lo que pude hacer con tus materiales.

Era una armadura que solo cubría el pecho, brillante, con escamas de plata, y dos muñequeras que cubrían la mitad del antebrazo, de un color rojo oscuro como la araña roja.

Arthur sonrió. Al fin, con su nueva armadura, comenzaba a verse como un auténtico aventurero.

—¿Cuánto cuesta? —preguntó Arthur.

—Diez piedras de nivel dos o dos de nivel tres.

Parece que este viejo es caro, pensó. Arthur sacó diez piedras de nivel dos que había logrado picar sin que el Lich se diera cuenta y se las entregó a Monso.

—Por cierto —dijo Monso—, me tomé la libertad de agregarle algunas runas para tu comodidad.

Arthur abrió mucho los ojos y preguntó:

—¿Runas?

—Sí, aunque no conozco muchas.

—¿Qué son las runas? —preguntó Arthur.

Monso lo pensó y dijo:

—Bueno, por estos lugares es normal que no se conozcan. Las runas son una herrería antigua que solo practicamos los enanos. Son capaces de infundir una habilidad a un objeto como arma o armadura.

—¿Puedes darle habilidades a un arma?

Monso negó con la cabeza.

—No puedo, solo conozco unas pocas runas para armaduras.

Miró a Arthur y dijo con una sonrisa:

—Joven, debería visitar mi tierra, la ciudad de los enanos.

—¿Dónde queda? —preguntó Arthur.

—En la Montaña de Marfil. Pero creo que por ahora sería un viaje muy duro para ti. Cuando seas un oro, quizás puedas ir. Jaja...

—Bien, joven. Te diré las runas que tiene esa armadura. Primero, le agregué una habilidad que se activa automáticamente para mantener una temperatura parcial en tu cuerpo, ni frío ni caliente. También una de ligereza, para que pese igual que una tela fina. Y por último, una runa para que la sangre o suciedad no se adhiera a ella.

Arthur quedó impresionado. Con cada avance, su mundo se ampliaba más.

—Jaja, bien joven. ¿Cuánto tiempo más estarás por Trum?

—Me voy hoy, así que esta es la despedida. Señor Monso, espero que nos volvamos a encontrar.

Monso lo miró con una sonrisa y dijo:

—Cuídate, muchacho. Ser aventurero es peligroso, pero espero volver a verte.

Así, Arthur se despidió de Monso y salió con su nueva armadura. Después de una pequeña parada en Trum, el viaje continuaba...

---

A las afueras del pueblo de Trum, por el camino que conduce a Trimbel, un grupo de cuatro estaba estacionado en un campamento. El humo de una fogata apenas calentaba el aire helado, y el olor a leña quemada se mezclaba con el resoplido de los caballos. De repente, se escucharon los sonidos de una bestia y un hombre apareció sobre un caballo.

—Milton, el mocoso está a punto de salir del pueblo. Al parecer, se va hoy hacia Trimbel.

—Bien —dijo el hombre llamado Milton—. Según nuestra inteligencia, ese mocoso tiene algo que ver con la muerte de la joven señorita. Si lo capturamos, el jefe nos recompensará muy bien.

—Sí —rió un hombre detrás como un loco—. Esta vez pediré a alguno de esos niños que secuestraron, para divertirme torturándolos. Jajaja, no aguanto las ganas de escuchar sus gritos.

—Bien. En marcha.

Fin del capítulo.

More Chapters