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Herencia maldita

Rivenor
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Synopsis
Herencia Maldita narra la caída y renacer de Kael Ardyn, un niño que creció al margen del mundo, protegido solo por el calor de su familia. Pero todo cambia una noche, cuando lo que más amaba le es arrebatado sin aviso. Mientras intenta comprender la verdad tras la tragedia, descubre que su sangre esconde algo oscuro, antiguo… y peligrosamente poderoso. En una tierra donde los dones se heredan o se ganan con sudor, Kael emprende un viaje para encontrar su lugar, sin saber si el poder que lo llama lo salvará… o lo destruirá.
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Chapter 1 - Capitulo 1 Un fuego en la oscuridad

A veces me pregunto si esos días fueron reales, o si mi mente los suavizó para que no dolieran tanto.

Recuerdo el olor del pan tostado que preparaba mamá cada mañana. Recuerdo las manos de papá, grandes y ásperas, pero cálidas cuando me levantaba del suelo tras caerme jugando. Y sobre todo… recuerdo la risa de Eliya, mi hermana. Pequeña, brillante, inocente. Una melodía que llenaba la casa y que, por un momento, me hacía pensar que el mundo era justo.

Éramos felices, aunque el mundo nos odiara.

Vivíamos en una casa vieja, de madera agrietada, apartada del centro de Virelden. Para muchos, no éramos más que los restos de un linaje muerto. Para mí, era suficiente. Mientras los tuviera a ellos, mientras pudiera correr descalzo por el patio tras la voz de mamá llamándome a cenar… todo estaba bien.

Si tan solo hubiese sabido lo que se escondía detrás de esas sonrisas. Si tan solo hubiese entendido los susurros que escuchaba cada luna llena desde la habitación de mis padres…

Un día como cualquier otro acompañé a mi madre al mercado. Debíamos comprar con regularidad debido a la distancia. Nunca entendí por qué la gente se nos quedaba mirando con desprecio y asco, pero no le daba importancia. Sabía que siempre que mirara a mi madre, ella me respondería con una sonrisa. Eso me tranquilizaba.

Mi madre era hermosa y joven. Tenía el pelo oscuro, al igual que yo. Siempre demostraba seguridad y era amable.

Estábamos terminando las compras cuando, por accidente, choqué con un hombre. Al levantarme, noté enseguida mi error al ver a un sujeto alto y fuerte, claramente enojado, mirándome fijamente. Intenté disculparme, pero eso no pareció conformarlo. Intentó golpearme, pero mi madre se interpuso, rogándole que se calmara.

Estaba asustado. Por primera vez, odié la forma en la que nos trataban.

De repente, un joven de cabello oscuro y ojos color gris pálido se interpuso entre mi madre y el hombre. Lo reconocí de inmediato: era Riven Caelus, mi hermano mayor. Miró al agresor con tal firmeza que este decidió irse, aunque no sin antes chasquear la lengua con desprecio. No era raro; después de todo, Riven era respetado por su fuerza.

—Me alegro de que estén bien, Kael. Aunque no sea tu hermano de sangre, quiero que sepas que siempre te protegeré a ti y a tu familia —dijo Riven.

Tenía razón. Aunque para mí era mi hermano, igual que Eliya, la realidad era distinta. Él era un huérfano que fue recibido por mis padres, pero eso no cambiaba el hecho de que estuvo con nosotros desde que nací. Fue triste cuando tuvo que mudarse a la ciudad para asistir a la academia, pero lo entendí.

Después de todo, él era fuerte. Absurdamente fuerte.

Una vez en casa, le contamos lo sucedido a mi padre. Era un hombre serio pero amable. Se sorprendió, pero se alegró de que nada grave hubiera pasado, y le agradeció a Riven por ayudarnos.

—Kael, ¿quieres que practiquemos a encender una vela? Eso es un ritual menor —dijo mi padre.

Riven, antes de salir de la sala, miró a mi padre con una expresión difícil de leer, casi como si sintiera desprecio. Era extraño, pues él siempre mantenía una cara relajada. Sin embargo, ni mi padre ni yo le dimos mayor importancia.

Mi madre nos miraba sonriente mientras intentábamos encender la vela. Eliya insistía en participar, pero mis padres decían que aún era muy pequeña.

—Así es, Eliya. Debes dejar esto a los adultos —le dije, solo para molestarla.

—Está bien, hermanito —respondió con una sonrisa.

Todo era normal. Éramos una familia unida y feliz… o al menos eso nos parecía.

Salí al patio a buscar a Riven y lo encontré cortando madera. Me vio y me invitó a acompañarlo. A mí me parecía bien, disfrutaba escuchar sus historias, además de que me enseñaba muchas cosas.

—¿Te gustaría ser fuerte? —me preguntó, rompiendo un largo silencio.

Me tomó por sorpresa, pero la respuesta era clara. Tomé aire y respondí:

—No necesito ser fuerte. Mientras tenga a mi familia, estaré bien.

Me miró un momento, luego volvió su atención al hacha.

—Ya es hora de que entiendas algunas cosas —dijo mientras se sentaba en un tronco—. Existen otros continentes además de Elarion. Poco se sabe de ellos, pero su existencia es real. Más importante aún, hay dos tipos de poder: el de linaje y el de mérito.

Me quedé en silencio. No entendía por qué necesitaba saber eso, pero ver a Riven tan serio me hizo escucharlo con atención.

—El poder de linaje pertenece a las altas familias. Es temido por muchos. Puede despertar de forma natural, por emociones intensas o mediante rituales. Son habilidades extremadamente poderosas y difíciles de controlar… incluso pueden corromper al portador. Como sabes, tu familia, los Ardyn, fue una alta sangre caída. Alguna vez, fueron una de las más peligrosas, y usaron sus poderes de forma incorrecta. Por eso todos los odian.

Riven hizo una pausa antes de continuar.

—La elección espiritual… también conocido como poder por méritos. Ese poder proviene de una entidad mayor. Se dice que nació para contrarrestar al de linaje. Pero no es algo que puedas aprender o robar. Ese poder te elige a ti. Y solo unos pocos, muy pocos… son dignos.

Iba a seguir hablando, pero en ese momento escuchamos una voz desde la casa.

—¡Kael, Riven! ¡Ya es hora de la cena! —llamó mi madre.

—Me lo contarás después —le dije.

Riven me miró y sonrió.

—Claro, Kael. Vamos antes de que me toque volver a la ciudad.

Esa noche me desperté. Tenía sed y fui a buscar agua. Bajé las escaleras en silencio, pero al pasar por el pasillo, noté la puerta de entrada entreabierta.

Pensé que papá se había olvidado de cerrarla. Iba a acercarme cuando escuché un crujido. Un sonido apagado. Luego, silencio.

Un silencio tan profundo, que me heló la piel.

Miré de reojo hacia la puerta de la habitación de mis padres. Vi una sombra cruzar… o tal vez fue la mía. Me acerqué con cautela.

Me detuve frente a la puerta entreabierta.

Algo se movía dentro. Un susurro. Una sombra...

Y entonces lo escuché.

El silencio.

Un silencio tan espeso, que supe —sin entender por qué— que algo cambiaría para siempre.