Trevor aceptó el whisky. Lo bebió de un trago, el líquido ámbar pareciendo calmar, momentáneamente, la bestia que llevaba dentro. Se sentó de nuevo, no con la misma furia desbocada de antes, sino con una tensión latente, como un resorte a punto de saltar.
"Así que, ¿qué es este gran plan, Michael?", gruñó Trevor, su voz un poco más baja, pero sin perder el filo. "Porque si es otra de tus mierdas de 'retirada' o 'vida normal', te juro que te ahogo en tu propia piscina de champagne."
Michael tomó un sorbo de su propio vaso, disfrutando del momento de control. "No es una retirada, Trevor. Es una evolución. El mundo ha cambiado. Los golpes a la vieja usanza son para los idiotas. Ahora se trata de eficiencia, de discreción, de no dejar cabos sueltos. Y de hacer dinero, mucho dinero, que se pueda usar de verdad, no solo para comprar más mierda que te aburra."
Le contó a Trevor, con los detalles justos, sobre el golpe al Adder de Devin Weston con Franklin. Trevor escuchó, su expresión pasando de la incredulidad a una especie de respeto a regañadientes.
"Así que, ¿el niño? ¿Franklin? ¿Ahora robas coches con un chaval?", se burló Trevor.
"Franklin tiene potencial", dijo Michael, sin inmutarse. "Es rápido, tiene instinto. Y lo más importante, es maleable. No está viciado con la forma antigua de hacer las cosas. Puede aprender a ser un profesional." Michael omitió la parte en la que él mismo había reescrito a Franklin.
"¿Y qué hay de mí, Michael?", espetó Trevor. "¿Qué papel tengo yo en tu pequeña ópera? No soy un chico de recados, ni un conductor de escape. Soy Trevor Philips, el terror de Sandy Shores."
Michael lo miró fijamente. "Lo sé, Trevor. Y sé lo que eres capaz de hacer. Y precisamente por eso te necesito. Para los trabajos que requieren... una cierta fuerza. Para intimidar. Para la logística pesada. Para la parte del caos que necesitamos, no el caos por el caos. Pero bajo mi dirección. Y solo cuando sea absolutamente necesario."
Trevor se rió, una risa áspera y seca. "Así que me quieres como tu perro de ataque. Tu martillo."
"Te quiero como mi socio más confiable en el campo", corrigió Michael, la voz firme. "El único en quien realmente confío para cubrirme las espaldas cuando las cosas se pongan feas. Pero no vas a meterte en problemas innecesarios. No vas a incendiar nada que no tengamos que incendiar. No vas a disparar a nadie que no tengamos que disparar. Mis reglas. Mi dinero. ¿Puedes hacer eso?"
La tensión regresó a los ojos de Trevor. La idea de las "reglas" lo ofendía. Pero la perspectiva de una acción real, y la validación de Michael de que era "confiable", lo intrigaba.
"Lo intentaré, Michael. Pero si se pone aburrido, o si tu plan es una mierda, te juro que... seré yo el que te incendie", advirtió Trevor.
"Justo como lo recordaba", sonrió Michael. "Ahora, lo primero que vamos a hacer es reorganizar tus... operaciones actuales. Lo de las armas y las drogas en Sandy Shores. Podemos hacerlo más eficiente, más rentable, y menos... llamativo."
Trevor lo miró con sospecha. "No toques mi negocio, Michael. Es mío."
"No lo voy a tocar, lo voy a mejorar", replicó Michael. "Pero eso lo haremos mañana. Por ahora, ¿por qué no te quedas por aquí? Tienes habitaciones de sobra. Te pones al día con lo que hemos estado haciendo. Y yo tengo que hablar con mi familia."
Trevor se recostó en el sofá, cerrando los ojos por un momento. La idea de quedarse en la mansión, por muy odiosa que le pareciera la vida de Michael, era mejor que volver a su remolque en el desierto. Era una forma de espiar, de evaluar, de mantener a Michael a la vista. Y por primera vez en años, Trevor no estaba solo.
Más tarde, cuando Michael fue a buscar a Amanda y a los niños, Amanda lo recibió con una mezcla de alivio y terror.
"¿Se fue?", preguntó Amanda, susurrando.
"No", dijo Michael. "Se queda. Por un tiempo."
La mandíbula de Amanda cayó. "¿Qué? ¡Michael, no puedes estar hablando en serio! ¡Es un maniaco! ¡Nuestros hijos no pueden vivir bajo el mismo techo que ese… ese…!"
"Amanda, cálmate. Los niños no tienen por qué interactuar con él", explicó Michael, su voz firme pero tranquila. "Lo necesito cerca, por ahora. Es la única forma de tenerlo bajo control. Y la única forma de que seamos nosotros los que dictemos los términos, no el caos. Confía en mí en esto. Es un mal necesario, por ahora. Y es para protegerlos a todos."
Amanda lo miró, aún aterrorizada, pero la nueva determinación en los ojos de Michael era una fuerza innegable. Había algo en él que la hacía querer creerle.
"Bien", dijo Amanda, con un suspiro. "Pero si algo le pasa a los niños, Michael, lo juro por Dios que..."
"No pasará", aseguró Michael, tomándole las manos. "Me aseguraré de ello."
Michael regresó a la casa con Amanda y los niños, sintiendo el peso de la decisión. La paz familiar, tan arduamente ganada, ahora se enfrentaba a su mayor desafío: la convivencia forzosa con Trevor Philips. La cuerda floja en la que caminaba se había vuelto aún más fina.