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Chapter 4 - Capítulo 4: La Estrategia de Simeon

Entraron al concesionario. Franklin fue directo al escritorio de Simeon, comenzando una discusión simulada sobre el pago del coche. El estruendo de la voz de Simeon, mezclado con las excusas de Franklin, llenaba el aire. Michael, mientras tanto, se paseó por la sala de exhibición, observando los vehículos con aparente desinterés. Cada coche, cada etiqueta de precio, era un recordatorio del mundo que ahora habitaba. Observó la puerta que conducía a la oficina de Simeon, y desde allí, al garaje donde sabía que Simeon guardaba sus documentos más comprometedores.

Simeon salió de su pequeña oficina, su sonrisa forzada enmascarando una impaciencia evidente. "Ah, Michael, amigo. Me alegra que hayas venido. Franklin aquí tiene un pequeño problema con su financiación, un problemita menor que su 'buen amigo' no quiere entender." Simeon lanzó una mirada de desprecio a Franklin.

Michael se detuvo frente a ellos, su expresión calmada, pero sus ojos tenían un brillo que no pasó desapercibido para Simeon. "Ya veo, Simeon. Siempre ayudando a los jóvenes, ¿eh? Un verdadero mentor." El sarcasmo era sutil, casi imperceptible, pero ahí estaba. "De hecho, he venido a hablar de un asunto pendiente contigo. ¿Por qué no vamos a tu oficina para discutirlo en privado? Parece que tu 'contabilidad' podría estar un poco... desorganizada."

Simeon se puso visiblemente nervioso. La presencia imponente de Michael y su tono inusualmente calculador lo descolocaron. Michael no estaba gritando, ni amenazando abiertamente. Su voz era tranquila, casi amena, pero había una dureza subyacente que Simeon reconoció.

"No sé… ¿Por qué no lo hablamos con un café aquí mismo?", balbuceó Simeon, intentando desviar la conversación y mantener a Michael a la vista.

"No hay tiempo para café, Simeon", replicó Michael, su voz endureciéndose imperceptiblemente. Dio un paso más cerca. "Ahora. O esta conversación termina de una manera que a ninguno de los dos nos gustará." Con un gesto sutil de su cabeza, indicó la puerta trasera que llevaba directamente al garaje, donde sabía que estaba el coche que Franklin debía "recuperar", y más importante aún, donde Simeon solía guardar su registro de fraudes financieros.

Franklin, observando la interacción, vio la astucia en los ojos de Michael. La forma en que Michael estaba acorralando a Simeon sin levantar la voz. Era una lección en sí misma.

Simeon, viendo la determinación en los ojos de Michael y la inesperada complicidad con Franklin, finalmente cedió. "Bien, bien. Un momento." Se levantó a regañadientes y se dirigió a su oficina, con Michael siguiéndolo de cerca.

Una vez dentro de la pequeña oficina de Simeon, con la puerta entreabierta permitiendo a Franklin escuchar, Michael se apoyó en el escritorio. "Simeon, sabes perfectamente que tengo contactos. Contactos que no les gusta que se juegue con sus... inversiones. Y en este momento, tú eres una muy mala inversión. Estoy aquí para asegurarme de que Franklin recupere lo que es suyo. Sin trucos."

Simeon, sudando frío, intentó una última jugada. "No sé de qué hablas. Él firmó un contrato."

"Y yo sé lo que pones en esos contratos, Simeon", dijo Michael con una sonrisa fría. "Sé de dónde viene tu dinero. Sé cómo manipulas a la gente. ¿Quieres que la FIB o, peor aún, algunos de mis viejos 'amigos' echen un vistazo a tus libros? Porque si esto se convierte en un problema, no dudaré en hacer una llamada."

Simeon palideció por completo. La mención de la FIB y, más ominoso, de "viejos amigos" de Michael, fue suficiente. De repente, el gurú de la estafa se encogió. "Bien, bien. Hay un coche en el garaje. Ese es el coche. Los papeles… los encontraré."

Mientras Simeon buscaba los documentos con manos temblorosas, Michael le lanzó una mirada a Franklin, que asintió con una sonrisa de complicidad. La "misión" comenzaba de forma diferente. Sin romper una sola ventana, sin derribar coches, sin el habitual caos gratuito. Una victoria silenciosa.

Esto era solo el principio. Michael sabía que se avecinaban problemas mayores, misiones más peligrosas y encuentros más explosivos. Pero por primera vez desde que Alex despertó en Los Santos, Michael sintió que tenía las riendas. Y el gimnasio, pensó, le daría la fuerza para sujetarlas.

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