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Chapter 10 - "EL CRUJIR DEL BOSQUE"

(Narrado por Hinata Hoshino)

El aire en el estudio de mi padre era denso, cargado con el peso de la verdad. La alegre charla sobre el festival de Valerius se había desvanecido, reemplazada por la cruda realidad de la segunda carta del Rey Ragnar: bestias coordinadas, una amenaza inteligente, una guerra en las sombras. Ya no había secretos entre nosotros. Éramos una familia, sí, pero esa noche, éramos un consejo de guerra.

Mi padre, estaba de pie frente a nosotros. Su mirada nos recorrió a los tres, a sus hijos, y por primera vez, no nos vio como niños. Nos vio como soldados.

"Saben cuál es la situación", comenzó, su voz grave y sin rodeos. "Mi más viejo y querido amigo, el Rey Ragnar, enfrenta una amenaza que no comprende. Nuestra casa le debe lealtad. Iremos a Valerius no solo como invitados, sino como su espada y su escudo encubiertos".

Mi madre, tomó la palabra. Su tono era suave, pero con un filo que exigía atención.

"Al mismo tiempo", dijo, "esta es una oportunidad que no podemos desperdiciar. Ragnar quiere que conozcan a sus herederos, el Príncipe Elian y la Princesa Seraphina. El mundo está cambiando. Las viejas alianzas deben ser reforzadas por la nueva generación. Este viaje tiene dos frentes: el de la guerra oculta y el del juego político. Y participarán en ambos".

Sentí un escalofrío. Era una cosa saber del peligro, y otra muy distinta ser incluida en él.

"Sé lo que están pensando", continuó mi padre, como si leyera mi mente. "Han crecido en paz. Sus combates han sido en este dojo, sus enemigos hemos sido nosotros. Nunca han enfrentado el hambre de un monstruo real ni han sentido el frío de una mazmorra. Pero hemos visto su poder, su inteligencia y su corazón. Su madre y yo hemos decidido que están listos. Listos para afrontar la realidad".

Su mirada se posó en mí. "Hinata. Tu don para sentir la verdad en los corazones de los demás será nuestra brújula en una corte llena de mentiras. Confiaré en tu intuición".

Luego miró a Kenji. "Kenji. Tu mente analítica encontrará los patrones que otros han pasado por alto. Serás nuestro estratega, tanto en el salón de baile como en el campo de batalla".

Finalmente, se enfrentó a Edu. "Y tú, Edu. Serás la cara de nuestra casa. Nuestro embajador y, si es necesario, nuestra arma principal. Deberás llevar la máscara del encanto y la espada del guerrero".

Nos estaba dando nuestra primera misión real. El peso de esa confianza era abrumador y, a la vez, extrañamente estimulante.

"Pero no los enviaré a la guarida del lobo sin que antes hayan aprendido a oler la sangre", dijo mi padre, su tono volviéndose aún más serio. Desenrolló un mapa diferente sobre la mesa. No era de Valerius. Era de nuestras propias tierras.

Señaló una mancha oscura y densa de árboles a un día de viaje. "El Bosque de las Fauces Grises", anunció. "Un lugar indómito, salvaje. Las leyes de los hombres no se aplican allí".

"Antes de partir a Valerius", continuó, su mirada clavada en la de Edu, pero sus palabras dirigiéndose a los cinco —a nosotros tres y a Shizuka y Azumi, que escuchaban en silencio—, "pasarán tres días y tres noches en ese bosque. Solos. Su misión: sobrevivir, cazar y trabajar como la unidad que deben ser. Será su examen final. Quiero ver si la teoría que han aprendido puede resistir el primer contacto con una realidad que muerde".

Un silencio helado cayó sobre el estudio. ¿El Bosque de las Fauces Grises? Era un lugar del que los adultos hablaban en susurros, un lugar de bestias antiguas y leyendas oscuras.

Vi el terror en los ojos de Kenji, la misma sensación que se retorcía en mi estómago. Vi a Shizuka y Azumi intercambiar una mirada de sombría determinación. Y vi una llama peligrosa y emocionada encenderse en los ojos de Edu.

"Consideren esto su primera prueba", concluyó mi padre. "Vuelvan como una unidad, o no se molesten en volver para el viaje a Valerius".

La lección había terminado. El viaje a un reino lejano era el horizonte. Pero mi padre acababa de colocar una montaña infranqueable justo delante de nosotros.

Nuestra verdadera misión no comenzaría en Valerius, entre príncipes y misterios.

Comenzaría al amanecer. Y por primera vez, sentí el verdadero y aterrador sabor de la aventura.

El amanecer siguiente a la reunión en el estudio fue frío y gris, como si el cielo mismo contuviera la respiración. Nos reunimos los cinco en la puerta este de la finca: Edu, Kenji, yo, y a nuestro lado, Shizuka y Azumi. Ya no vestíamos las sedas de la casa noble ni los uniformes de entrenamiento. Llevábamos cuero endurecido, botas de viaje y el peso del acero real en nuestras caderas. Se sentía extrañamente pesado. Y definitivo.

Mis padres nos esperaban allí. La mirada de mi padre, Ibuki, era indescifrable. Nos inspeccionó a cada uno, no como un padre, sino como un general inspeccionando a sus tropas antes de enviarlas al frente.

"Sobrevivan", dijo, y esa fue su única despedida. "Cooperen. Vuelvan más fuertes".

Mi madre no dijo nada. Simplemente se acercó, me apretó el hombro con una fuerza tranquilizadora y me dedicó una mirada que lo decía todo: Confío en ti. No tengas miedo. Asentí, tragando el nudo que se había formado en mi garganta.

Y con eso, nos dimos la vuelta y caminamos juntos hacia el Bosque de las Fauces Grises.

Cruzar la línea de árboles fue como entrar en otro mundo. La luz familiar de Astoria fue devorada por un dosel de hojas tan denso que sumió el suelo del bosque en una perpetua penumbra. El aire se volvió pesado, húmedo, y olía a tierra antigua y a descomposición. Los sonidos alegres de nuestra finca se desvanecieron, reemplazados por un silencio profundo y expectante.

Inmediatamente, vi a mi familia cambiar. Edu, que iba a la cabeza, perdió toda su arrogancia. Sus movimientos se volvieron económicos, silenciosos, sus ojos grises escudriñando cada sombra. Era la punta de la lanza, y se movía con una concentración letal. Shizuka y Azumi tomaron posiciones en nuestros flancos, comunicándose con gestos manuales casi imperceptibles, sus rostros impasibles. Eran nuestras guardianas.

Kenji se quedó en el centro conmigo. Su cabeza giraba constantemente, pero no como un niño asustado. Sus ojos analíticos no veían árboles, veían posibles puntos de emboscada. No veía arroyos, veía fuentes de agua potable y rutas de escape. Era nuestro centro de mando.

Y yo... yo era el sensor. Sentía el bosque. Y el bosque se sentía... enfermo. Había un dolor antiguo en el crujido de las ramas bajo nuestras botas, una fiebre en la humedad del aire. Zuzu, que caminaba a mi lado, parecía sentirlo también. Su pelaje estaba erizado, su cola baja, y sus oídos bicolores se movían como radares, captando sonidos que yo no podía oír.

A medida que el día avanzaba y el crepúsculo teñía de naranja la escasa luz que se filtraba, Kenji encontró un lugar para acampar: una pequeña cañada protegida por una pared de roca natural.

"Es el terreno más defendible en un radio de un kilómetro", anunció. "Necesitamos agua y comida. Hay un arroyo al oeste y he visto rastros de jabalí al norte".

"Shizuka y yo iremos por el jabalí", dijo Edu al instante. "Vosotros tres, aseguren el campamento". Y con un asentimiento de mi guardiana rubia, los dos desaparecieron entre los árboles tan silenciosamente como habían aparecido las sombras.

Nos pusimos a trabajar. Kenji y Azumi aseguraron el perímetro mientras yo iba a buscar agua, con Zuzu pegada a mis talones. Cuando regresé, la oscuridad casi había caído por completo. Estaba ayudando a Kenji a encender una hoguera cuando Azumi, que vigilaba desde lo alto de una roca, hizo un gesto brusco.

"Silencio", siseó.

Nos congelamos. Y entonces lo oímos. Un ligero crujido de hojas. Luego otro.

"Compañía", dijo Kenji en voz baja, su rostro tranquilo pero sus ojos calculando rápidamente. "Múltiples contactos. Ligeros. Rápidos".

Miré hacia la oscuridad y mi corazón se heló. Un par de ojos brillantes me devolvieron la mirada. Luego otro. Y otro. Estábamos rodeados.

"Hinata, detrás de mí. Ahora", ordenó Kenji, su voz era la de un comandante. "No grites. No corras. Azumi, flanco izquierdo. Usa el viento para crear una distracción sonora en aquellos árboles. Quiero que piensen que somos más".

Azumi asintió y, con un gesto de su mano, una ráfaga de viento susurró entre las hojas a nuestra izquierda. Los ojos en la oscuridad se giraron hacia el sonido.

"Bien", continuó Kenji. "Son cazadores de manada. No nos atacarán de frente si creen que tenemos la ventaja". Señaló la pila de hojas húmedas que habíamos recogido. "Hinata, ayúdame con esto. A la de tres, lo lanzaremos al fuego".

Esperamos. Los ojos se acercaban. Podía oír sus gruñidos bajos ahora. Eran Sombra-linces. No muy grandes, pero increíblemente rápidos y letales en grupo.

"¡Ahora!", gritó Kenji.

Lanzamos las hojas húmedas a la hoguera. Una densa nube de humo blanco y acre llenó nuestro pequeño claro, creando un muro de niebla entre nosotros y las bestias. Oí sus gruñidos de confusión y frustración. A través del humo, vi a Azumi moverse como un espectro, su espada corta brillando a la luz del fuego mientras atacaba a las siluetas desorientadas.

El caos duró apenas un minuto. Cuando el humo comenzó a disiparse, encontramos los cuerpos de tres de los linces. El resto de la manada se había desvanecido en la noche.

Justo en ese momento, Edu y Shizuka irrumpieron en el claro, sus espadas desenvainadas, alertados por el ruido. Se detuvieron al ver la escena.

Estábamos todos a salvo. Kenji, el estratega, nos había salvado sin dar un solo golpe.

Edu miró a su hermano, luego los cuerpos de las bestias, y luego el muro de humo que se disipaba. Una sonrisa de puro y genuino respeto iluminó su rostro.

"Buen trabajo, comandante", dijo.

Y mientras miraba a mis hermanos y a nuestras guardianas, cubiertos de sudor y tierra pero ilesos, me di cuenta de que la prueba de mi padre era más que sobrevivir. Quería ver si, frente al peligro real, podíamos dejar de ser individuos y convertirnos en un solo cuerpo.

Y esa noche, bajo la mirada de una luna indiferente y rodeados por los susurros de un bosque que nos quería muertos, por primera vez, lo habíamos logrado.

La noche después del ataque de los Sombra-linces fue diferente. El miedo seguía allí, un nudo frío en mi estómago, pero ahora estaba mezclado con algo nuevo: confianza. Nos reunimos alrededor de la hoguera, asando el jabalí que Edu y Shizuka habían cazado. El aroma a carne asada y el calor del fuego eran un bálsamo para nuestros nervios.

Pero no era una cena normal. Era un consejo de guerra.

"Kenji, tu análisis", dijo Edu, y su tono no era el de un hermano mayor, sino el de un líder de escuadrón dirigiéndose a su oficial táctico.

Mi hermano, con un trozo de carne en la mano, asintió. "La manada usó tácticas de sondeo. Enviaron exploradores primero. Su objetivo era medir nuestra fuerza y aislarnos. El ataque fue coordinado, pero su disciplina se rompió cuando se enfrentaron a una resistencia inesperada y organizada". Su mirada se posó en Azumi. "La maniobra de flanqueo de Azumi-san fue clave".

"Pero nos separamos", intervino Shizuka, su rostro serio a la luz del fuego. "Edu y yo estábamos demasiado lejos. Fue un riesgo. No debe volver a ocurrir".

Escuché mientras discutían tácticas, debilidades y protocolos. Hablaban como iguales, como un equipo. Y yo, por primera vez, no me sentí como la hermana pequeña a la que debían proteger. Era parte del consejo. Era la brújula.

Al día siguiente, nos adentramos más en el bosque. Nuestro movimiento era diferente. Más lento, más coordinado. Nos movíamos como una sola entidad de cinco cabezas. La confianza que habíamos ganado nos hacía más fuertes, pero también más cautelosos.

Y a medida que avanzábamos, la sensación de enfermedad que yo sentía en el bosque se intensificaba. Ya no era un malestar general. Era un dolor agudo, un punto focal de agonía que parecía emanar de algún lugar hacia el noreste. Era como acercarse a una herida infectada. El dolor del bosque no estaba en todas partes; latía desde un corazón oscuro en la distancia.

"Debemos parar", dije, mi propia voz sorprendiéndome por su firmeza.

Todos se detuvieron al instante. Edu se giró hacia mí, su rostro lleno de una preocupación inmediata. "¿Qué ocurre, Hina?".

"Es el bosque", susurré, llevándome una mano al pecho. "Está... llorando. Hay algo muy malo más adelante. Un dolor... muy grande".

Kenji desplegó su mapa. "No hay nada marcado en esa dirección. Ninguna ruina, ningún nido de bestias conocido. Es un sector muerto".

"El corazón de mi hermana nunca ha sido un sector muerto", dijo Edu, su confianza en mí absoluta. Miró a los demás. "Cambiamos de rumbo. Iremos a ver qué es lo que le causa tanto dolor".

Nos movimos con una cautela renovada, siguiendo mi extraña intuición como si fuera un mapa. A cada paso, la sensación de agonía se hacía más fuerte. El aire se volvía más pesado, el silencio más profundo. Finalmente, llegamos a un claro.

Y lo que vimos nos heló la sangre.

El claro era un círculo perfecto de tierra muerta y gris. No crecía nada. Y en el centro, se erguía el cadáver de un árbol. Era un roble ancestral, tan grande que habrían hecho falta diez hombres para rodear su tronco, un árbol que debía ser el corazón mismo del bosque. Pero estaba muriendo. Su corteza estaba ennegrecida, como si la hubieran quemado desde dentro. Y por su tronco trepaban unas horribles venas de un color púrpura oscuro, que parecían palpitar con una luz enfermiza. Un aura de corrupción y desesperación emanaba de él, tan densa que casi me ahogaba.

"Hechicería...", susurró Azumi a mi lado, su rostro una máscara de disgusto. "Magia demoníaca de la peor clase. Alguien está envenenando el bosque desde su mismo corazón".

Edu se acercó al árbol moribundo, su rostro endurecido por la rabia. Puso una mano sobre la corteza ennegrecida. Y entonces, se quedó inmóvil.

"Kenji", dijo, su voz peligrosamente baja. "Ven aquí".

Mi hermano se acercó, y yo lo seguí. Edu señaló una sección de la corteza. Allí, grabado a fuego en la madera muerta, como una blasfemia, había un símbolo.

Un círculo, atravesado por tres líneas dentadas.

Lo recuerdo. Ese símbolo, el mismo símbolo que mi padre había encontrado en uno goblins que atacaron nuestras tierras hace años.

Mi padre nos había enviado a este bosque para enfrentarnos a bestias. Pero la verdadera bestia no era un lince con garras y dientes. Era este veneno silencioso que se arrastraba por las raíces del mundo, extendiéndose desde nuestro hogar hasta este lugar olvidado.

La pregunta que flotaba en el aire ya no era si podíamos sobrevivir al bosque.

Era si podíamos salvarlo.

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