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Chapter 12 - Capítulo 12

LEONARDO.

 

Los quince nos desplegábamos por el terreno, un equipo extraño y multicolor compuesto por coreanos, mexicanos, australianos, rusos, estadounidenses, africanos y uno que otro de otro país que no tuve tiempo de preguntar. Pero todos con un mismo propósito: volar esa maldita cosa al infierno.

 

Las balas zumbaban en el aire, las órdenes gritadas se mezclaban con los estallidos y el polvo. Cada uno de nosotros se movía rápido, sabiendo que quedarse quieto era firmar su sentencia. Nos esparcimos, buscando cobertura y posición mientras la máquina giraba su cañón pesado hacia nosotros.

 

"¿¡Niño, qué mierda es eso!?" gritó la rusa a mi derecha, agachándose tras una formación de piedras mientras recargaba su rifle.

 

"Es una de las máquinas armadas que les mencioné antes," respondí con demasiada calma, justo antes de soltar un gruñido cuando bajé de un salto de una roca. El impacto hizo que mi costado doliera como si algo dentro se hubiera soltado.

 

"¿Esa mierda se puede destruir al menos?" Preguntó el australiano que venía conmigo en el convoy, mientras cambiaba su cargador sin dejar de mirar a la bestia metálica.

 

"Sí, solo que se necesitarán muchos explosivos," respondí, mi voz firme aunque cada paso me recordaba que aún no estaba al cien.

 

Salimos al campo abierto, la vista del hospital parcialmente destruido se alzaba a nuestra izquierda. Y ahí estaba… esa cosa.

 

Más grande que la que vimos en las afueras hace semanas, mucho más armada, con dos ametralladoras pesadas giratorias, una torreta en el lomo, sensores brillando en rojo y una forma tosca pero compacta, hecha para resistir. Sus patas eran gruesas, cubiertas de placas como las de un tanque. No se movía tan rápido como la anterior, pero tampoco lo necesitaba. Esa mierda estaba hecha para resistir el infierno.

 

"Pero es lenta…" murmuré. "Eso es lo que va a joderla."

Me ajusté el chaleco, aseguré la pistola en la funda y miré a mi equipo.

 

"Vamos a distraerla. Quiero que la rodeen, disparen a los sensores, a las piernas, a lo que puedan. ¡La haremos girar hasta que se maree!"

 

No sabíamos si volveríamos vivos… pero si íbamos a morir, al menos sería peleando como locos.

 

Las voces se cruzaban en la radio con una mezcla de acentos, ruido de fondo y fuego cruzado.

 

"Equipo italiano listo, ¿a qué partes exactamente debemos disparar?" Preguntó alguien con voz tensa pero firme.

 

"Francés aquí, tenemos visión parcial. Requieren coordenadas visuales."

 

Apreté el comunicador en mi pecho y hablé con la voz más clara y fuerte que pude.

 

"A los sensores. ¡Rompan los sensores de visión primero! Luego a las piernas, las articulaciones traseras, cualquier parte que se mueva o se vea como algo importante para que esa mierda avance. Si tiene cabina, ¡intenten volarle la cabeza al hijo de puta que la pilotea!"

 

Había olvidado por unos segundos lo vivido semanas atrás… la emboscada, el caos, la sangre… y cómo apenas logramos tumbar una de esas cosas. Fue la combinación de explosivos, fuego concentrado y un maldito milagro.

 

Desde el hospital se escuchaban los gritos de los soldados posicionados en las ventanas y techos. Disparaban a todo I.F.L.O. que se moviera. Cada enemigo eliminado era un poco de oxígeno para nosotros.

 

Uno de los coreanos que estaba a mi izquierda asintió, ajustando la mira de su rifle.

 

'Vamos a joderla," dijo en su idioma. Lo entendí todo.

 

Cambié el canal del comunicador. 

 

"¡Lucía! ¿Tienen listos los explosivos? ¡Voy a necesitar cada maldita carga que puedan reunir, ahora!"

 

Hubo un segundo de estática… luego su voz, con ese tono de estrés contenido que solo alguien como ella podía tener mientras todo ardía.

"Tenemos explosivos, varias cargas, pero no es mucho. Ya las están preparando."

 

"¡Lánzalas a la salida trasera del hospital en cuanto puedan! ¡Vamos a hacerla bailar!"

 

Corté el canal y volví a mirar a la máquina. Una descarga pesada salió disparada desde su torreta central, arrasando media estructura de concreto donde un par de aliados se resguardaban. No hubo gritos… solo el polvo levantándose.

 

"¡A cubierto!" gritó alguien desde el flanco derecho. "¡Está girando la torreta hacia aquí!"

 

"¡Fuego concentrado ya, joder!" ordené, apuntando al costado izquierdo del engendro de metal.

 

Los disparos comenzaron a llover en dirección al monstruo. Las balas rebotaban, pero algunas daban justo en las zonas que mencioné. Una de las piernas traseras comenzó a soltar humo. Era un maldito comienzo.

 

Los impactos fueron cercanos, tan malditamente cercanos que sentí el aire romperse al lado de mi cabeza. Me lancé al suelo, rodando hasta un montón de escombros que me dieron algo de cobertura. Apenas me acomodé, levanté el rifle y disparé tres veces hacia el punto desde donde vinieron los tiros.

 

Nada.

 

Solo un maldito silencio antes de que una voz conocida, rasposa y cargada de odio se filtrara por el aire, entre el estruendo de la batalla.

 

"Maldito Spectro... ¿de verdad estás vivo, aún?"

 

Me quedé helado por un segundo. Esa voz… 

 

 

"Creí que el maldito equipo al que ustedes, V.I.D.A., se enfrentaron te había partido en pedazos."

 

Una pausa, como si saboreara lo que decía. 

 

"Pero si ellos no lo hicieron... yo sí."

 

Me asomé con cautela, buscando al desgraciado. No lo veía, pero su tono, su presencia… era él. El líder. El hijo de puta detrás de este equipo de I.F.L.O., o al menos uno de los mandos grandes.

 

"¿Tienes idea de cuántos cabrones como tú han dicho lo mismo?" grité, manteniéndome bajo. 

 

"Y aún así aquí sigo, respirando, caminando… y a punto de joderles el día otra vez."

 

Otra ráfaga. Se sintió más precisa, más cabrona. Me hizo pegarme al suelo.

 

"¡Leonardo!" gritó uno de los australianos más adelante. "¡El flanco izquierdo está listo! ¡Tenemos visión en el punto débil trasero de la máquina!"

 

"¡Aguanten ahí! ¡Lucía, dime que ya tienen los explosivos listos!"

 

"¡Los tienen en camino! ¡Un grupo ya salió hacia tu posición!" respondió ella entre ruidos de disparos.

 

"Perfecto…" murmuré. "Vamos a ver quién termina muerto esta vez, cabrón."

 

Mientras el caos seguía desatado y el sonido metálico de la máquina no cesaba, mis ojos buscaron entre los soldados enemigos. Sabía que ese malnacido me estaba mirando. Y si él creía que esta vez iba a lograr matarme… 

 

Tendría que intentarlo con todo.

 

Apreté la mandíbula, manteniéndome en la cobertura mientras disparos cruzaban sobre mi cabeza. Luego de un pequeño silencio, me arriesgué a gritar con fuerza:

 

"¿Por qué mierda me quieren muerto?! ¡Ni siquiera soy mando alto en V.I.D.A., carajo!"

 

La respuesta llegó con esa misma voz, ahora cargada de sorna.

 

"Porque tú, niño… eras la carnada perfecta."

 

Tragué saliva, mi dedo tembló un segundo sobre el gatillo.

 

"Queríamos que tu muerte prendiera la mecha que hiciera estallar todo el puto hormiguero llamado V.I.D.A.," continuó. "Moonshade, su jodido equipo, tu familia... ustedes han sido un dolor en el culo para I.F.L.O. durante años."

 

El sonido de pasos metálicos, los zumbidos, el eco de la máquina en movimiento no dejaban de retumbar, pero aún así su voz era clara, transmitida por un canal cercano, quizás de un casco, de un dron cercano, o de su puta boca escondida.

 

"Te íbamos a eliminar hace semanas, cuando estabas al borde de la muerte. Pero decidimos esperar. Sabíamos que si morías… y tu equipo encontraba tu cadáver… ese sería el primer clavo emocional. El golpe psicológico que los dejaría vulnerables."

 

Otro disparo pasó cerca. No respondí. Solo apreté los dientes.

 

"Pero parece que V.I.D.A. no los entrena para dejar ir. No sin un cadáver que enterrar."

 

Mi pecho dolió, no por la herida. Por lo que eso significaba. Si me creían muerto… si no habían confirmado nada…

 

"Y tampoco saben que estoy vivo, ¿verdad?"

 

"…"

 

"No, claro que no. Lo saben. Vendrían por ti. Pero no lo harán. Porque están en Kazajistán, desde hace unos días. Atacando bases que ya no nos sirven. Las dejamos como carnada también. Queríamos dividirlos. Separarlos. Romperlos. Todo esto está planeado, Spectro."

 

Lo dijo con ese tono que me erizaba la piel.

 

"No nos importa si no eres su comandante. Eres el niño del equipo de Moonshade. Su punto débil. Y cuando tú mueras, esta vez de verdad, y lo sepan…"

 

Hizo una pausa.

 

"Entonces iremos por el resto."

 

Tomé aire con fuerza, y mientras levantaba la mirada, vi la máquina girarse. Su mirada vacía, ese rostro metálico sin alma… apuntaba hacia mí.

 

No.

 

No hoy, hijo de puta.

 

Presioné el comunicador.

 

"¡Lucía! ¡¿Dónde carajos están esos explosivos?!"

 

"¡Están aquí! ¡Tenemos varios paquetes listos!" respondió Lucía por la radio, entre disparos y gritos de fondo. "¡Pero no sé si serán suficientes para esa cosa!"

 

Me moví entre escombros, disparando hacia un francotirador apostado en la cornisa de un edificio a medio derrumbar. El cabrón cayó como piedra.

 

"¡Van a serlo! ¡Distribúyanlos cerca de sus patas! ¡Traten de meter algunos bajo su blindaje trasero, donde la movilidad se concentra!"

 

El crujido del metal al moverse y los golpes del mecanismo interno de la máquina me hicieron mirar de reojo: estaba avanzando, lenta, pero imponente… y no dejaba de disparar.

 

"Italianos, apunten a los sensores. Mexicanos, piernas. África, enfoquen la parte trasera. Corea, vean si pueden localizar algún punto débil en la rotación del torso de esa mierda."

 

'¡Ya lo tenemos!" gritó un africano por el canal. Una ráfaga de disparos fue seguida de una pequeña explosión, probablemente una granada bien lanzada. No suficiente para frenar a la máquina, pero sí para que se detuviera apenas unos segundos.

 

"¡Leonardo!" gritó Lucía por el canal. "¡No te acerques tanto, no estás en condiciones de…!"

 

"¡No me importa, mujer!" respondí sin dejar de correr agachado entre vehículos destruidos. "¡¡Tengo que acercarme para activar los explosivos si nadie más puede!!"

 

"¡Estás herido!"

 

"¡Y muchos otros están muertos! ¡Esa cosa no se va a detener sola!"

 

Una sombra se cruzó frente a mí, seguida de una explosión que me tiró al suelo. El sonido ensordecedor de los cañones rotativos de la máquina llenó todo. Un soldado coreano gritó que habían perdido al grupo sur. Mierda.

"¡Lucía, necesito los explosivos aquí en menos de treinta segundos o esta cosa va a abrir el hospital como si fuera una puta lata de atún!"

 

'¡En camino! ¡Resiste!"

 

Me levanté con un quejido, y cuando asomé por la esquina de un muro, vi al líder de I.F.L.O. observándome desde lejos, sin cubrirse. Me apuntaba.

 

"¡Spectro!" gritó. "Esto es inevitable. Tu equipo caerá. ¡Tú vas a caer!"

 

Apunté. Disparé. Fallé. Pero eso no importaba.

 

Lo importante estaba justo detrás de mí.

 

La máquina.

 

La puta máquina disparó hacia mí.

 

Rodé hacia un lado, como pude, pero mi cuerpo ya estaba demasiado jodido. Las costuras de las suturas en el torso ardían, como si se rompieran de nuevo. No me movía con la misma velocidad de antes.

 

Y entonces, ¡pum!

 

Un disparo certero del maldito líder me atravesó el hombro derecho. Justo donde la herida aún no cerraba del todo.

 

Grité. El dolor me nubló por un segundo la vista. Caí de lado, el brazo colgando inútil, manando sangre de nuevo como si fuera el primer día.

 

Pero no hubo tiempo para detenerse. La máquina estaba girando. Su maldita torreta trasera apuntaba directo hacia donde estaban los civiles refugiados.

 

Entonces ¡por fin! los mexicanos actuaron.

 

"¡Ahora!" gritó uno de ellos, y varios lanzagranadas fueron disparados al mismo tiempo. Las granadas impactaron con fuerza y una de ellas dio justo donde debía: la torreta en el lomo del monstruo mecánico explotó.

 

Chispas. Metal. El brazo cañón quedó inutilizado, medio colgando mientras echaba humo.

 

"¡Le dieron!" gritó alguien por el canal.

 

Pero los soldados de I.F.L.O. seguían ahí, cubriéndose entre estructuras, disparando hacia nosotros como si fueran infinitos. Uno de ellos lanzó una bomba de humo que cubrió la zona este del hospital.

 

No podíamos ver nada por ese lado ahora. El caos volvió a escalar.

 

Me arrastré hacia una cobertura, sangrando, presionando el hombro con la mano izquierda. Respiraba agitado, con la vista borrosa, pero no iba a caer aún. No mientras esa máquina siguiera de pie. No mientras esa gente siguiera en peligro.

 

"Lucía…" dije por la radio, con la voz rasposa. "Dime que los explosivos están cerca."

 

Un grito desgarró el aire desde dentro del hospital.

 

Volteé justo a tiempo para ver a un soldado salir corriendo desde una de las entradas secundarias. Tenía una mochila negra en las manos. La lanzó hacia mi dirección con toda la fuerza que pudo, cayendo a unos metros de mí.

 

Los explosivos.

 

Jodidamente por fin.

 

Me impulsé con la pierna buena y me arrastré hacia ellos, jadeando, mientras activaba el comunicador en canal abierto.

"¡Jódanlos a todos! ¡Sin descanso!" rugí con la garganta seca. "¡No les den espacio! ¡Ametralladoras, granadas, todo lo que tengan! ¡No dejen que esos malnacidos de I.F.L.O. se interpongan entre mí y esa mierda de máquina!"

 

El canal se llenó de confirmaciones.

 

"¡Entendido!" gritó un coreano al fondo.

 

"¡Recibiendo orden, avanzamos!" dijo el australiano.

 

"¡Ahora sí, cabrones, nos los chingamos!" gritó un mexicano, seguido del estruendo de una nueva ráfaga.

 

Las balas comenzaron a zumbar en todas direcciones. Las paredes del hospital vibraban con cada impacto. Los soldados aliados salieron de sus coberturas, en una mezcla de gritos, estrategia y rabia.

 

La máquina giró su torso metálico con lentitud, como si supiera lo que se venía.

Y yo, apretando los dientes, comencé a preparar los explosivos. Cada movimiento me dolía como el infierno, pero mi mirada no se despegaba de ese monstruo de acero que había venido a destruir todo lo que tocaba.

 

"Vamos, maldita sea... vamos…" susurré.

 

El caos se desató en el hospital.

 

Desde adentro, el rugido de disparos resonaba, mezclado con el sonido metálico de los cañones. Una orden sonó por el comunicador.

 

"¡Suéltan las bombas de humo!"

 

El hospital comenzó a llenarse de una niebla espesa y gris. Los soldados, con la sangre a punto de estallar por la adrenalina, lanzaron los extinguidores hacia las áreas abiertas, liberando una cortina de espuma que cubría casi toda la zona.

 

"¡Cubran todo! ¡No dejen que la máquina nos vea!" gritó un ruso mientras disparaba a ciegas desde su posición.

 

Las paredes del hospital se sacudieron con el ruido de los disparos, pero la cobertura que nos daban los extinguidores y el humo era perfecta. Los sensores de la máquina, los malditos sensores, comenzaban a fallar debido a la espuma que se adhirió a su superficie metálica.

 

Corrí entre la confusión, ya con los explosivos en mis manos. El maldito líder no me dejaba en paz. Disparaba desde la distancia, el sonido de sus balas llenando el aire. Algunas de ellas impactaron en mi chaleco antibalas, el golpe resonando a través de mi torso, pero nada grave. Apreté los dientes y seguí corriendo, sabiendo que no tenía tiempo para perder.

 

Me deslicé por el suelo, apenas manteniéndome en pie mientras sacaba un explosivo adherente de mi mochila. La máquina seguía de cerca, girando su cuerpo como si intentara atraparme. Pero yo ya estaba en su pierna dañada, pegando el explosivo con precisión.

 

Me alejé rápidamente, pero el líder no se detuvo. Lo vi moverse hacia mí, los ojos llenos de rabia. Yo no me detuve. Explotar esa máquina era la única opción.

 

De repente, vi un grupo de soldados de I.F.L.O. delante de mí. Me lancé hacia ellos, disparando con precisión letal. Caían uno a uno, sin poder reaccionar. La adrenalina me impulsaba, mi cuerpo ya no sentía el dolor de las heridas, ni el cansancio.

Saqué una granada y, con un movimiento rápido, la lancé debajo de un vehículo blindado que estaba lleno de enemigos. La explosión fue brutal. El vehículo voló por los aires y los cuerpos se dispersaron en todas direcciones.

 

Corrí de nuevo hacia la máquina, mi objetivo claro. No quedaba mucho tiempo. Cuando llegué a su otra pierna, coloqué el explosivo con destreza. Pero justo cuando me alejaba, el maldito líder disparó. Un impacto me alcanzó, justo cuando el explosivo detonó detrás de mí.

 

La explosión me lanzó por los aires. El dolor fue instantáneo. Mi cuerpo golpeó el suelo con fuerza, y el rugido del estallido me dejó aturdido, mi visión se volvió borrosa. Mis oídos zumbaban, y sentí como la sangre comenzaba a llenar mi nariz. Me levanté a duras penas, tambaleándome, mi mente nublada por el golpe.

 

Todo a mi alrededor se desmoronaba.

 

Pero no podía detenerme.

 

Tenía que seguir.

 

Entre el zumbido en mis oídos y el sabor metálico de la sangre bajando por mi garganta, apenas pude escuchar la voz distorsionada en mi comunicador.

 

"¡Leonardo! ¡La máquina sigue en pie! Las piernas están hechas mierda, pero aún tiene una torreta funcional, está girando... ¡y sigue cargada!"

 

"¿Y tú? ¿Estás bien? ¡Responde, Leonardo!" gritó otro, preocupado.

 

Me apoyé en un pedazo de muro derrumbado, temblando por el esfuerzo, la vista aún temblorosa y los músculos chillando por el dolor.

 

"Estoy bien..." escupí sangre y me limpié la nariz con la manga "..nada que no pueda soportar."

 

Traté de ponerme de pie con la escopeta en una mano y la pistola en la otra. Escuché los pasos detrás de mí, rápidos, furiosos, seguidos del eco de una voz que tronó por encima de los disparos y el caos.

 

"¡SPECTRO!" gritó el líder, su voz cargada de rabia e incredulidad. "¡LE HACES HONOR A TU JODIDO ALIAS!"

 

Vi su silueta entre el humo, caminando hacia mí como si nada más importara. Levanté la vista, mis labios curvándose con una sonrisa débil y sarcástica mientras escuchaba lo que soltó a continuación.

"¡ERES UN PUTO DIFÍCIL DE MATAR, ESO TE LO CONCEDO!"

 

Me limpié la sangre que goteaba de mi frente con el dorso de la mano, y respondí mientras recargaba con una sola mano mi arma secundaria.

 

"Y tú hablas demasiado para alguien que todavía no ha logrado matarme."

 

Mis piernas apenas respondían, pero me obligué a moverme. La mochila con el resto de los explosivos había quedado unos metros atrás, tirada entre los escombros y restos de metralla. Si quería acabar con esa maldita máquina, necesitaba esa carga… pero el bastardo del líder de I.F.L.O. venía directo hacia mí. El sonido de sus botas entre los casquillos vacíos era lo único que se oía con claridad entre el caos.

 

Mis armas estaban cargadas, pero yo no. Mi cuerpo crujía con cada paso, y cada herida vieja amenazaba con abrirse.

 

"Sabes que no tienes escapatoria, ¿verdad?" gritó mientras caminaba, sin prisa, como si ya tuviera la victoria en el bolsillo. "¡Puedes correr, pero tarde o temprano vas a caer!"

 

Me lancé hacia la mochila, esquivando por puro instinto cuando una ráfaga de su arma pasó rozando mis costillas. Caí sobre el concreto con un gemido, pero mis dedos alcanzaron las correas. Sin perder tiempo, saqué dos explosivos más.

 

Disparé a ciegas hacia su dirección, forzándolo a cubrirse.

 

Desde el hospital, oí los gritos de los soldados aliados.

 

"¡La torreta se mueve! ¡Está apuntando hacia los del oeste!2

 

"¡Necesitamos que esa mierda se caiga ya!"

 

Me arrastré por el costado de una camioneta destruida, la mochila en la espalda, y me levanté justo a tiempo para ver al líder salir de su cobertura y disparar de nuevo. Varias balas impactaron mi chaleco, el aire se me fue del pecho por el golpe, pero seguí en pie.

 

Él corrió hacia mí. Yo corrí hacia la máquina.

 

Cada paso se sentía como una sentencia de muerte.

 

Una granada pasó silbando por encima, lanzada desde algún lado por uno de los míos. El humo volvió a cubrir parte del campo y aproveché la distracción.

 

Me lancé contra la máquina. La pierna izquierda estaba medio colapsada, y la torreta se movía errática, tratando de reacondicionar sus sensores. Coloqué otro explosivo en la base, jadeando.

 

"¡Leonardo, atrás de ti!" gritó alguien por el comunicador.

 

Me giré justo cuando el líder ya estaba encima de mí.

 

Su puño me golpeó en la cara, y la sangre volvió a llenar mi boca. Caí de rodillas, pero apreté el detonador en la mano, aún sin activarlo.

 

"¡No más juegos!" rugió el cabrón, levantando su arma.

 

Yo lo miré directo a los ojos.

 

"Entonces acabémoslo como quieras… pero tú y esa máquina se van conmigo."

 

Y con la otra mano, lancé el último explosivo al pecho blindado de la máquina.

 

Apreté el detonador… o eso intentaba. Su bota se estrelló contra mi mano justo a tiempo, haciéndolo volar lejos mientras mi brazo retumbaba de dolor. El líder lo atrapó en el aire con un movimiento rápido, casi como si esto fuera un puto deporte para él. 

 

"¡Ni lo sueñes, Spectro!" gritó, lanzándolo detrás de una barricada improvisada hecha de metal retorcido.

 

Todo alrededor era fuego, gritos, y humo. El cielo era una mezcla entre rojo, negro y destellos blancos de las ráfagas automáticas. Parecía una maldita película de ciencia ficción de bajo presupuesto… pero con balas de verdad y gente muriendo en tiempo real. 

 

Yo me levanté como pude, tambaleándome. El líder se abalanzó de nuevo, esta vez con una navaja en la mano. La clavó directo hacia mi pecho, pero la desvíe con mi antebrazo, gritando de dolor cuando la hoja cortó superficialmente por mi brazo suturado.

"¡Eres un dolor de cabeza, lo sabes!" rugió mientras intentaba otra estocada. 

 

"¡Y tú un hijo de puta aburrido!" le escupí de vuelta.

 

Un disparo pasó a escasos centímetros de su cabeza. Alguien nos estaba cubriendo desde las alturas, quizás desde una ventana rota del hospital. Aproveché para meterle un rodillazo en el estómago. Se tambaleó, pero contra todo pronóstico, me respondió con un codazo que me hizo ver negro por un segundo.

 

Ambos caímos, rodando sobre los restos de concreto. Mi mano tanteó en el suelo buscando algo, lo que fuera. Toqué algo duro. Una barra de metal. La levanté, giré, y lo golpeé con ella directo en el costado de la cabeza.

 

Cayó unos segundos.

 

Eso fue suficiente.

 

Me lancé hacia donde había caído el detonador. Las balas pasaban silbando de todos lados, los aliados y enemigos intercambiaban fuego sin cesar. Una camioneta explotó a mi izquierda, el calor me levantó del suelo por un instante. Sentí mis piernas crujir de nuevo, pero no me detuve. Ahí estaba el maldito detonador.

 

Lo agarré.

 

Una voz sonó en mi comunicador, era Lucía.

 

"¡Leonardo, la torreta está girando hacia la entrada principal! ¡Si no la detienes ahora va a hacer mierda a los civiles que están saliendo!"

 

Me giré. La máquina estaba apuntando justo hacia la entrada del hospital.

 

No había tiempo.

 

El líder rugió detrás de mí, su voz quebrada por la furia. 

 

"¡NO TOQUES ESE DETONADOR, SPECTRO!"

 

Demasiado tarde.

 

Apreté el botón.

 

Mi dedo presionó el botón.

 

Nada.

 

Un solo clic sordo.

 

Silencio.

 

No, no completo. El mundo seguía rugiendo, las balas seguían volando, pero mi cabeza… mi cabeza se quedó en blanco.

Miré el detonador, confundido, respirando entrecortado. El sudor se deslizaba por mi frente, mezclado con la sangre que aún caía de mi nariz y oído.

 

"¿Falló?" susurré, sin aire.

 

El líder me alcanzó, me empujó de un golpe al suelo y puso su pie sobre mi pecho, hundiéndolo hasta que sentí crujir una de mis costillas. Me apuntó con su arma al rostro.

 

"¿De verdad pensaste que esto sería tan fácil, cabrón?" escupió con los dientes apretados. "Te dije que eras un maldito difícil de matar, pero esto… esto lo termina todo."

 

El calor del cañón rozó mi mejilla.

 

Y entonces...

 

BOOOOM.

 

Una explosión ensordecedora sacudió el suelo. No fue una, fueron varias. Primero, una en la pierna izquierda de la máquina. Luego, otra en la derecha. Luego, bajo el tanque enemigo donde lancé la granada. El fuego se elevó en forma de hongo, engullendo una parte de la calle.

 

El líder se tambaleó, perdiendo el equilibrio.

 

Yo aproveché. Rodé a un lado justo cuando otra explosión sacudió el terreno. La mochila con los últimos explosivos, olvidada y casi invisible entre el caos… había hecho contacto con el calor o una chispa perdida.

 

Las llamas alcanzaron el blindaje de la máquina. Las torretas giraron descontroladas, disparando a cualquier parte. El humo, espeso como tinta, cubría todo el lugar. 

 

Algún ruso gritó por la radio: "¡La máquina está cediendo, repito, está cediendo! ¡Sus sensores se están apagando uno a uno!"

 

El líder se levantó, aullando como un animal herido.

"¡SPECTROOOO!"

 

Pero ya no lo escuchaba.

 

El caos lo cubría todo.

 

Y yo, apenas de pie, sangrando por todos lados, sonreía.

 

"Ahhh, mierda… ¡Spectro es mi puto nombre, pedazo de mierda!" gruñí entre dientes, levantando el arma, apuntando directo a la cabeza del líder, a punto de apretar el gatillo. "¡Aprende por qué me llamaron así…!"

 

Pero no lo hice.

 

Un disparo, preciso como una maldita flecha, impactó justo en mi brazo armado. El dolor fue inmediato, brutal, me hizo soltar el arma con un grito que se mezcló con el caos. Tropecé hacia atrás, jadeando, el metal aún humeante cayó a unos metros de mí mientras me alejaba, arrastrándome. Las balas seguían volando, los jodidos de I.F.L.O. seguían disparando desde cada esquina como cucarachas.

 

"¡Putos mierdas…!" escupí, sin apenas aire.

 

La radio colgaba muerta en mi pecho. Intenté alzarme, pero fue otro disparo, esta vez al pie, el que me obligó a caer de nuevo, gritando como animal herido.

 

"¡Mierda! Y justo en el maldito pie…" gruñí entre dientes, rodando hacia una pared medio destruida, cubriéndome apenas mientras todo me daba vueltas. La sangre me mojaba el pecho y sentía que el mundo se volvía lento, borroso… lejano.

 

Un soldado se acercaba. Su sombra crecía en la pared a medida que levantaba el arma.

 

Y entonces…

 

"¡Leonardo!"

 

La voz se escuchó como un rayo en medio de la tormenta.

 

Lucía.

 

Un disparo. Mal dirigido. Torpe. Pero certero.

 

El soldado cayó hacia atrás con un gemido metálico.

 

Lucía temblaba, con el arma grande mal ajustada en sus manos, su bata manchada de sangre ajena, cabello suelto pegado al rostro por el sudor. Sus ojos estaban abiertos de par en par, como si no creyera lo que acababa de hacer.

 

Yo no esperé. La adrenalina me empujó más allá de mi dolor. Me levanté como pude y corrí hacia ella. Mis piernas apenas me respondían, pero la alcancé.

 

"¡¿Estás loca?!" le grité, tomándola por los hombros justo cuando una ráfaga silbó por encima. "¡No puedes andar sola!"

 

Ella quiso responder, pero la empujé al suelo con fuerza. Caí con ella, cubriéndola, protegiéndola con mi cuerpo mientras el silbido de los disparos seguía pasando por encima como malditos insectos asesinos.

 

"¡Dame eso!." le arranqué el arma, giré el torso, apunté debajo de un carro blindado de donde salían más enemigos… y disparé. Una explosión pequeña, un estallido rápido: uno menos.

 

Lucía buscó en su bata, sacó una pequeña radio.

 

"¡Está… está funcionando!" gritó entrecortada. "¡Leonardo, dales la orden, por favor!"

 

Tomé la radio, jadeando. Mis manos estaban manchadas de sangre, temblorosas.

 

Pero mi voz fue clara.

 

"¡A todos los equipos! ¡Los de I.F.L.O. están acorralados y dispersos! ¡Salgan, muévanse, atáquenlos, derrótenlos! ¡No les den ni un maldito segundo para respirar, cazadores, no presas!"

 

El canal se llenó de confirmaciones, gritos, disparos.

 

Y en medio de todo eso… sentí cómo mi cuerpo finalmente colapsaba sobre Lucía, mientras el humo del campo de batalla se mezclaba con la sangre, la pólvora… y una rabia que aún ardía dentro de mí.

 

Click.

 

Ese sonido. Sordo, seco, afilado como una sentencia.

"Oh, pequeño Spectro…" escupió una voz detrás de mí.

 

El líder.

 

De nuevo. Como un maldito fantasma que se negaba a morir.

 

No tuve tiempo de reaccionar. Solo de girar un poco el cuello antes de sentir el disparo. 

 

¡BANG!

 

La bala me atravesó la pierna izquierda, arrancándome un grito gutural, rugido mezclado con dolor y furia. Todo mi cuerpo tembló, pero me negué a caer hacia un lado.

 

Seguí ahí, cubriendo a Lucía, que se hizo bolita debajo de mí, temblando, sus brazos cubriendo su cabeza mientras susurraba entre dientes, entre miedo y desesperación.

 

"Shhh… estoy aquí… estoy aquí," le dije entre jadeos, mientras el calor pegajoso de la sangre me mojaba todo el pantalón.

 

El líder avanzó. Sus pasos eran tranquilos, sin apuro. Como si ya todo estuviera decidido.

 

"No voy a matarte… aún." su voz era gruesa, venenosa. "Ya te lo dije, maldito bastardo. Eres la carnada."

 

El anzuelo perfecto.

 

Caminó alrededor, pistola en mano, observando el caos de su escuadrón ardiendo a lo lejos, a los suyos cayendo uno por uno por los ataques organizados tras mi orden. 

 

Levantó la vista al cielo ennegrecido por el humo. 

 

Y luego me miró de nuevo.

 

"Si te mueres, nada de esto sirve."

 

"Tu sufrimiento es el verdadero premio."

 

"Tu equipo está allá, muy lejos, cazando sombras. No saben que aún respiras… y si sobrevives lo suficiente, vendrán."

 

"Los jodidos de V.I.D.A. siempre vuelven por los suyos. Y ahí será cuando termine todo."

 

Se agachó, quedando a mi nivel, justo frente a mí.

 

"Pero primero… vamos a asegurarnos de que estés bien jodido para cuando lleguen. Quiero que te vean como una sombra de lo que eras. Eso… los va a romper más que cualquier bomba."

 

Sonrió. 

 

Una sonrisa torcida, llena de odio.

 

Pero aún tenía el arma.

 

Y yo… sin más que una radio vacía, una pierna inútil, y Lucía temblando bajo mi cuerpo.

 

Pero no estaba acabado. 

 

No. Todavía no.

 

El sabor metálico en mi boca me recordaba que seguía vivo. El zumbido en mis oídos era lo único que me mantenía consciente. Y su maldito rostro ahí, tan cerca, provocaba en mí una ira que opacaba el dolor.

 

"Spectro..." susurró burlón el líder, moviendo su arma frente a mi rostro, como si fuera un trofeo. "Me pregunto cuántas cicatrices más necesitas para que entiendas que esta guerra ya la perdiste."

 

Yo escupí sangre a un lado y solté una carcajada ronca.

 

"Si esto fuera una guerra, yo ya habría volado tu maldita cabeza…"

 

Y justo cuando él se preparaba para dispararme en la otra pierna, algo sonó por la radio de Lucía.

 

"Leonardo… el humo se disipó… hay línea de visión…"

 

Era una voz amiga. Mexicano. El francotirador. 

 

Y entonces, otra voz: 

"¿Tienes objetivo?"

 

"Confirmado. Objetivo a un metros de Leonardo. Listo para disparar…"

El líder no escuchó la radio. Pero yo sí.

 

Y sonreí.

 

"¿De qué te ríes, maldito?" dijocon el ceño fruncido, tomando su arma con ambas manos para darme el golpe final.

 

Yo alcé la vista, con sangre en los labios y una sonrisa que nacía del infierno.

 

"De que nunca aprendieron que… los Spectros no mueren, solo se esconden en la sombra."

 

¡BANG!

 

El disparo atravesó el casco del líder. 

 

Directo. Preciso. 

 

La sangre salpicó su cara, su cuello, su pecho, y su cuerpo cayó hacia atrás como un saco de carne inútil.

 

Lucía gritó. Yo me quedé en silencio.

 

El caos seguía alrededor, pero por un segundo, ahí, entre los gritos, los disparos y el humo, el mundo pareció detenerse.

 

Mi respiración se volvió más lenta.

 

Lucía me sujetó con las manos llenas de sangre. Su voz temblaba:

 

"Leo… Leo, estás vivo…"

 

Yo la miré.

 

"Todavía no, Lucía… pero si tú estás aquí, vale la pena seguir intentándolo."

 

Y mientras trataba de levantarme de nuevo, con una pierna rota y la otra sangrando, con el pecho latiendo como un tambor de guerra, alcé la radio con una mano temblorosa.

 

"Aquí Leonardo… el objetivo cayó. Repito… el hijo de puta cayó. Ahora vamos por los demás."

 

La radio quedó colgando de mis dedos, resbalando un poco con la sangre que me cubría la mano. Lucía me sujetaba fuerte, intentando mantenerme consciente, sus manos temblaban y sus ojos parecían más grandes de lo normal, llenos de miedo y rabia contenida.

 

Las voces comenzaron a brotar por el comunicador.

 

"¡Confirmado! ¡Caída del comandante enemigo!"

 

"¡Avancen! ¡Rematen a los rezagados!" 

 

"¡No den respiro! ¡Máxima presión, repito, máxima presión!"

 

Desde el hospital comenzaron a salir más soldados, cubiertos por el humo y los restos de ceniza del infierno que acabábamos de vivir. Un par de granadas de fragmentación explotaron cerca de las últimas posiciones de I.F.L.O.. Gritos. Disparos. 

 

Y luego… silencio.

 

El silencio de los sobrevivientes.

 

Lucía me miró con los ojos brillosos.

 

"Leo… Leo, aguanta… ya se acabó… Ya..."

 

Pero yo no escuchaba del todo. El pitido en mis oídos volvió, esta vez más agudo. El cuerpo me dolía como si todo por dentro estuviera colapsando. Respirar costaba. Hablar, imposible. El dolor en la pierna, en el pie, en el hombro… todo parecía fusionarse.

 

Me desplomé de lado, y Lucía gritó mi nombre con desesperación.

 

"¡Leonardo! ¡Leonardo no, por favor, no!"

 

Vi luces. Pasos. 

 

Voces gritando '¡médico!'

 

Sentí cómo alguien me levantaba en peso, y luego nada. Todo se volvió negro, cálido y tranquilo.

 

Pero justo antes de perder el conocimiento del todo, escuché la última voz por radio: "Revisen todo el terreno. Confirmen cuerpos, Leonardo está herido, lo quiero con vida, es una orden."

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