Cherreads

Chapter 40 - Peso Inmortal

Mientras Lucius, Isolde y compañía corrían, la batalla contra el dragón se tornaba cada vez más brutal, sobre todo para los que ya empezaban a flaquear.

Desde la distancia, Erika disparaba con su rifle, consumiendo todo el maná que podía reunir para destrozar las escamas del dragón. Tenía que moverse constantemente de estructura en estructura para evitar que la viera… o para que no destruyera más de lo que ya había arrasado.

El dragón escupió un rayo al suelo. La explosión sacudió el campo de batalla y lanzó por los aires a varios guardias. Floiyo voló por el impacto, estrellándose contra Erika antes de chocar con una pared.

—¡Agh! —se quejó Erika, sujetándola con los brazos—. Señora Floiyo, ¿está bien? —preguntó con la respiración entrecortada.

Floiyo se incorporó, temblorosa.

—Sí... estoy bien. ¿Puedes distraerlo mientras preparo un hechizo? —preguntó, poniéndose de pie con esfuerzo.

Su brazo sangraba, y tenía la piel tan pálida que parecía a punto de colapsar.

—Puedo hacerlo... pero solo por unos segundos. —Erika se alzó de nuevo.

—Con siete será suficiente.

Erika se lanzó hacia el dragón, como un rayo. Sacó su espada y la hundió en el cuello de la bestia. El dragón rugió, sacudiéndose con furia, aplastando estructuras a su alrededor. Erika se aferró con fuerza al arma, luego arrancó una escama con la mano libre y la usó como agarre para trepar por su lomo.

El dragón desplegó las alas. Su cuello se iluminó con rayos, y un rugido resonó por todo el campo. Las nubes se arremolinaron en el cielo, atrayendo relámpagos que descendieron directo a su boca.

Una ráfaga de viento obligó a Erika a soltarse. Fue arrastrada hasta la cola, pero logró aferrarse a una escama. Con un refuerzo de maná endureció su cuerpo, y empezó a escalar otra vez, las manos crispadas, los músculos temblando.

Una luz azul e intensa iluminó el campo desde la izquierda. Floiyo estaba lista, las manos alzadas al cielo.

—Esto al menos debería debilitarlo —dijo, y descendió los brazos con violencia.

Desde el cielo, un rayo cayó como un juicio divino, impactando de lleno en la cabeza del dragón.

El trueno fue ensordecedor. Erika salió volando, su cuerpo golpeó una pared con fuerza.

El dragón rugió de dolor, liberando todo el poder acumulado en su boca. Un torbellino de rayos emergió, girando con furia, arrastrando escombros, guardias y cuerpos inertes a su paso.

Lluvia empezó a caer con violencia, acompañada de granizo.

Entonces, una bala surcó el aire, atravesando el remolino. Al hacer contacto con un rayo, explotó con una fuerza descomunal. La onda expansiva arrasó con todo a su alrededor.

Había sido el disparo de Leo, el rey, quien había estado preparándose en silencio para lanzar un golpe certero. La explosión lo lanzó por los aires; cayó con Alicia en brazos, ambos chocando con una pared.

—Alicia, hija, ¿estás bien? —preguntó, abrazándola con fuerza.

—S-sí... —murmuró Alicia, aturdida.

—Maldición... —Leo se levantó con ella en brazos. Divisó a un guardia tambaleándose en pie, y corrió hacia él —. Por favor, llévala lejos. Protégela.

—Pero, señor… usted…

—No importa. Me necesitan aquí hasta que llegue el Maestro Elías.

El guardia asintió, tomó a Alicia, que apenas reaccionaba, aún aferrada a la imagen de su padre. Poco después, se desmayó en sus brazos.

—La protegeré con mi vida —prometió el guardia, y comenzó a correr en dirección contraria al desastre.

Leo se dio la vuelta, buscando entre los escombros.

—¡Erika! ¡Señora Floiyo! —gritó, desesperado.

A lo lejos, algunos escombros se movieron. Corrió hacia ellos. Comenzó a apartarlos con las manos hasta que el cuerpo de Floiyo emergió, cubierta de sangre, jadeante.

—Señora Floiyo... —murmuró Leo, ayudándola a levantarse.

—Estoy bien... puedo curarme sola. Pero Erika… estaba muy cerca del núcleo de la explosión —dijo Floiyo, tosiendo con dificultad.

Leo miró en todas direcciones, en busca de cualquier indicio de Erika. Dejó a Floiyo y salió corriendo, llamando su nombre.

Entonces, el gruñido del dragón retumbó detrás de él. Leo se detuvo en seco. Giró lentamente. La bestia seguía de pie, tambaleante, pero recuperándose.

Se sacudió la cabeza y comenzó a correr, desesperado, gritando. El dragón alzó la cabeza, volvió a rugir, extendió sus alas y lanzó una nueva ráfaga de viento.

Leo se mantuvo firme, soportando la presión. Hasta que la ráfaga se detuvo

Y entonces, Erika apareció. Sangrando, exhausta, apenas de pie.

Dos sombras descendieron del cielo: Frederic y Elías.

Floiyo se acercó, ya curada. Elías se arrodilló junto a Erika, quien empezó a curarse a sí misma… y también a Elías.

Frederic desenfundó su espada y la imbuyó con maná. La hoja comenzó a brillar.

—Esto me recuerda a la batalla de hace diez años… —murmuró Frederic, apuntando con la espada al ojo del dragón, como si ya estuviera firmando su sentencia de muerte—. Solo falta el idiota de Reginald.

—No podemos culparlo —replicó Floiyo, recogiendo una escopeta del suelo—. Tiene en sus manos a los hijos de los dos más poderosos. Además de que su propio sobrino y el hijo del cazador de las montañas nevadas de Niflheimr están con él.

—¿Su majestad, se encuentra bien? —preguntó Elías, acercándose a Leo con el ceño fruncido.

—Estoy bien —respondió Leo con firmeza—. Y no hace falta que me llames "su majestad" en este momento. Ahora mismo soy solo otro guerrero defendiendo su reino. Como en los viejos tiempos.

Elías sonrió con nostalgia, aunque su expresión se tornó seria de inmediato.

—¿Y la princesa?

—La envié lejos, con uno de los guardias.

—Entiendo…

—Entonces… —dijo Erika, colocándose al lado de Elías mientras cargaba su rifle—. ¿Cuál es el plan?

—Las escamas son demasiado duras para las balas. Pero veo que algunas están arrancadas, así que asumo que fue obra tuya, querida —le dijo con una sonrisa torcida—. Lo único que podemos hacer es enfrentarlo cuerpo a cuerpo.

—¿Quieres pelear a puño limpio contra esa cosa? —espetó Frederic, incrédulo.

—¿Tienes un plan mejor?

Frederic chasqueó la lengua, resignado.

—Bien. Solo trata de no romperte la mano.

El dragón rugió con furia. Ya se había recuperado por completo.

—Es hora de terminar con esta maldita bestia —declaró Elías.

Corrió directo al monstruo y golpeó una de sus patas, haciendo que perdiera estabilidad. Erika aprovechó para disparar al pecho, astillando una escama. Frederic descendió con su espada, cortando una de las patas con velocidad brutal. Floiyo, usando magia, arrojó rocas directo al rostro del dragón, mientras Leo se unía a Elías golpeando las patas con fuerza bruta.

—¡Si lo hacemos caer, podremos atravesar su corazón más fácilmente! —gritó Elías.

Frederic se impulsó, aterrizando sobre el lomo del dragón. Con una velocidad casi invisible, comenzó a hacer múltiples cortes, haciendo brotar sangre en torrentes. El dragón rugió, alzó sus alas y giró su cuerpo violentamente, pateando a Leo y Elías, enviándolos por los aires.

Luego lanzó rayos. Erika y Floiyo fueron alcanzadas de lleno, cayendo al suelo. Pero Frederic seguía aferrado, cortando sin descanso.

Entonces, el dragón hizo algo inesperado.

Rugió con una potencia ensordecedora y se elevó en vertical. Una vez alcanzada cierta altura, se dejó caer en picada, dándose vuelta para impactar con el lomo.

—¡Frederic! —gritó Elías, impulsándose hacia arriba.

Concentró toda su fuerza en un solo golpe y lo lanzó contra el lomo del dragón, deteniendo la caída por un momento. Pero el dragón comenzó a presionar con sus alas, empujando con violencia. Elías resistía, pero empezaba a retroceder.

Frederic saltó a tiempo. Elías se desplazó rápidamente hacia el hocico del dragón, empujándolo hacia el suelo para acelerar la caída.

Floiyo invocó un rayo que desvió su trayectoria. Erika saltó y, con un puñetazo, golpeó el estómago del dragón. Leo, usando toda su fuerza, lanzó una roca gigantesca contra un ala, desequilibrándolo. Frederic tensó sus músculos, lanzó su espada como una lanza, atravesando la otra ala.

Elías golpeó con furia la nariz del dragón. Erika lo imitó desde abajo. El dragón comenzó a caer.

Pero en un último rugido, rayos descendieron del cielo como látigos, golpeando a Erika y Elías y lanzándolos lejos.

Frederic corrió a recuperar su espada. Leo lanzó otra roca, y Floiyo comenzó a canalizar un hechizo. Puso una mano en el cielo, la otra en su pecho, y cerró los ojos. La lluvia arreció. En las nubes, los rayos se agitaron como serpientes doradas.

Floiyo bajó la mano con furia. Una lluvia de rayos cayó sobre el dragón, estrellándolo contra el suelo. Pero este respondió: rugió y convocó su propio rayo, concentrándolo en un punto y disparándolo al suelo.

La explosión fue devastadora. Una ráfaga de viento barrió con todo. Elías se clavó en el suelo con su espada. Erika hizo lo mismo. Pero los demás salieron volando.

—A puño limpio será… —dijo Elías entre dientes, lanzándose con todo contra el dragón. Su puño impactó de lleno en el rostro de la criatura, haciéndola retroceder.

Erika también cargó, tomó una espada caída, saltó y la clavó en uno de los ojos del dragón. El monstruo rugió, tomó a Elías con el hocico y comenzó a volar.

Elías se sostuvo con ambas manos, evitando ser tragado. El dragón volaba con furia, chocando con estructuras, descendiendo con violencia.

De pronto, Erika cayó del cielo como un meteorito, golpeando el lomo del dragón y forzando un descenso aún más violento.

—¡Suéltalo, maldito! —gritó Erika, asestando más golpes.

El dragón aulló, aumentando su velocidad. Comenzó a girar sobre su propio eje mientras volaba por todo el reino, generando un remolino que se extendía desde su cabeza hasta la cola.

Erika se aferró con todo su ser. El giro era tan violento que el vórtice arrastraba escombros, fuego y rayos. El dragón abrió más la boca, atrapando a Elías entre sus colmillos. Él resistía, luchando por mantener abiertas las fauces, mientras la bestia intentaba triturarlo.

Erika se sostuvo en pie, utilizando magia. Alzó una de sus manos y, canalizando toda su fuerza, maná y energía, levantó una enorme roca… o, mejor dicho, una estructura entera. Saltó, y con una potencia brutal, la arrojó contra el dragón, obligándolo a caer.

El cuerpo del dragón se arrastró a gran velocidad por el suelo, abriendo surcos a su paso. Elías giró la cabeza hacia la derecha, esperando una oportunidad para lanzarse y librarse. Pero lo que vio lo dejó paralizado. Todo se volvió lento.

Isolde permanecía completamente quieta dentro de su campo de visión. Lucius intentaba ayudarla. Reginald luchaba junto a Gareth y Leonard.

Algo había pasado.

Elías se recompuso y abrió la boca del dragón de par en par. Saltó, librándose, mientras el dragón se seguía arrastrando… hasta que se detuvo.

Pero justo antes de eso —con Lucius e Isolde corriendo— ocurrió algo.

Un grupo de figuras encapuchadas se interpuso en su camino.

—Mierda —masculló Reginald, frenando en seco—. Pueden pelear, ¿cierto?

—Sí —respondió Lucius, deteniéndose a su lado.

Las figuras no hablaron. Simplemente se lanzaron al ataque.

Lucius retrocedió de un salto. Isolde, veloz, golpeó el estómago de uno de los encapuchados. Reginald, por su parte, se lanzó contra dos a la vez, repartiendo golpes sin piedad. Gareth y Leonard fueron interceptados por otros cuatro.

—¿Qué demonios quieren de nosotros? —gruñó Gareth, esquivando una serie de golpes.

Lucius contraatacó al enemigo frente a él. Lo sujetó del brazo y lo estrelló contra el suelo. Isolde completó el ataque con un puñetazo directo al rostro.

Reginald tomó las cabezas de los dos oponentes que lo enfrentaban y las estrelló entre sí.

—Será mejor que sigamos —dijo, jadeando—. Puede que…

No terminó la frase. Más figuras aparecieron de pronto, armadas con espadas. Uno de ellos intentó cortar a Lucius, pero Isolde lo jaló justo a tiempo.

Lucius desenfundó su arma y disparó hacia la pierna del atacante, pero falló. La distracción sirvió: Isolde aprovechó y lo golpeó en el rostro con toda su fuerza.

Leonard levantó su ballesta y disparó, alcanzando a uno de los encapuchados en el brazo. Gareth lanzó una roca que impactó de lleno en la cabeza de otro.

Pero seguían llegando más. Más veloces. Dos se abalanzaron sobre Lucius e Isolde, lanzando cortes consecutivos que los gemelos apenas lograban esquivar. Estaban exhaustos. Isolde aún tenía maná y a Syrix, pero Lucius no.

Las espadas de sus atacantes se clavaron en un tronco cuando ambos esquivaron al unísono. Aprovechando ese instante, los gemelos contraatacaron y noquearon a sus oponentes.

Leonard se lanzó contra otra figura, abatiéndola de un solo golpe. Pero no cesaban. Más y más llegaban. Hasta que, a lo lejos, se escucharon truenos retumbar en el cielo.

—¡Tenemos que irnos ya! —gritó Reginald, desatando una oleada mágica que lanzó por los aires a los enemigos más cercanos. Lucius e Isolde comenzaron a correr, aunque sus piernas apenas respondían.

Gareth usó magia de tierra, levantando una muralla que bloqueó el paso. Leonard se posicionó junto a Reginald, ballesta en mano, listo para detener a quien se atreviera a acercarse.

Pero las figuras saltaron por encima, lanzándose directo hacia Lucius e Isolde.

Lucius reaccionó al instante, empujando a Isolde y esquivando un tajo. Pero otro enemigo apareció detrás. La espada descendía hacia él.

Isolde reaccionó.

El tiempo se detuvo en su mente.

La espada, la espalda de Lucius, su escopeta. Tenía maná. Tenía que actuar.

Sin pensarlo, alzó su arma y disparó.

El rugido del disparo retumbó. La cabeza del enemigo estalló en mil pedazos.

La sangre salpicó el rostro de ambos gemelos. Isolde se quedó paralizada.

Reginald se giró. Leonard y Gareth también. Todos quedaron quietos.

—¿Q-qué es lo que… hice? —susurró Isolde, sin moverse, clavando la vista en el cuerpo destrozado frente a ella.

—Tenemos que irnos —dijo Lucius, nervioso, tratando de apartarla antes de que su mirada se quedara anclada al horror.

—Yo… Lucy… Yo…

—Issy, tenemos que irnos. No tuviste opción. No dejes que la culpa te devore.

El viento comenzó a soplar con furia. A lo lejos, todo fue arrastrado por el gigantesco cuerpo del dragón. Pero Isolde seguía inmóvil.

Se arrodilló, las manos manchadas de sangre. Las alzó. Las miró. Comenzó a temblar.

Reginald se acercó. Las figuras restantes intentaron atacar, pero él las alejó de un golpe mágico.

—Lucius, tenemos que movernos —dijo Reginald, echando una mirada al cadáver.

—Pero Issy… —susurró Lucius, temblando, tratando de encontrar las palabras adecuadas.

—Yo me encargo de ella. En este estado… no puede seguir.

Reginald la alzó en brazos. Isolde no decía nada. Estaba perdida en un mar interno.

Lucius, por su parte, también se había perdido.

Perdido en sus pensamientos. Pensando en cómo salvar a su hermana del peso de un trauma que ya no podrían evitar.

More Chapters