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Chapter 226 - Capítulo 70: La Invitación Silenciosa

El amanecer filtró su luz grisácea por las ventanas rotas de la mansión Krusky, revelando la extensión de la carnicería en toda su macabra gloria. George Krusky yacía en el suelo de lo que había sido el estudio de su padre, rodeado por los cuerpos inertes de los guardaespaldas de su familia. El aire estaba espeso con el olor a sangre, pólvora y la desolación de una vida hecha añicos.

Sus ojos, enrojecidos e hinchados, vagaban por el caos, fijándose en la mancha oscura donde había estado la cabeza de su padre, y luego en la mesa vacía. Su mente estaba en un limbo entre el shock y una furia fría y petrificada que aún no había encontrado una salida.

Cada respiro era un esfuerzo, cada latido un recordatorio del vacío. Se arrastró lentamente, sus músculos doloridos y rígidos, hasta el cuerpo de su padre. Las lágrimas secas le picaban en el rostro mientras sus dedos temblaban al tocar la ropa ensangrentada. No había nada que hacer. Nada que salvar. Solo el vasto y aterrador silencio que había dejado el eco de la matanza.

Mientras George se encontraba sumido en su desesperación, una sombra cruzó la entrada del estudio. Eran tres figuras, siluetas esbeltas envueltas en impecables trajes oscuros, tan discretas que parecían fusionarse con la penumbra matutina.

Sus rostros estaban velados por la sombra de sus sombreros de ala ancha, o quizás por una capucha. Se movían con una ligereza antinatural, sin hacer el menor ruido, como si sus pies apenas tocaran el suelo manchado.

George levantó la mirada, sorprendido de que alguien más estuviera allí. ¿Más de ellos? ¿Habían vuelto para terminar el trabajo? No había miedo en sus ojos ahora, solo un vacío cansado.

Las figuras se detuvieron a unos metros de él. Uno de ellos, el del centro, extendió una mano enguantada. En ella, sostenía un sobre de papel grueso, sellado con un emblema que George no reconoció: una luna creciente sobre un ojo estilizado.

El sobre cayó suavemente a los pies de George. El hombre del centro inclinó ligeramente la cabeza. Su voz, cuando habló, era un susurro frío y metálico, sin emoción, como si viniera de un lugar muy lejano.

—Una invitación —dijo la voz, resonando extrañamente en el silencio del estudio—. Para el que busca venganza. Para el que entiende que los viejos métodos están rotos.

George frunció el ceño, su mente intentando procesar sus palabras a través de la neblina del trauma.

—¿Venganza? —murmuró, su voz apenas audible—. ¿Cómo...? ¿Cómo saben ustedes...?

Antes de que pudiera terminar la pregunta, las tres figuras comenzaron a disiparse. No se movieron, simplemente se desvanecieron, sus siluetas se disolvieron en la sombra del amanecer como si nunca hubieran estado allí. No hubo rastro de ellos, ni sonido, ni siquiera una perturbación en el polvo del aire. Solo el sobre de la invitación, intacto en el suelo a sus pies.

George parpadeó, pensando que la pérdida de sangre o el shock finalmente lo habían vuelto loco. Extendió una mano temblorosa, recogiendo el sobre. El papel se sentía frío, el sello duro y enigmático.

Lo apretó en su puño, la única prueba de que aquello no había sido una alucinación. Una invitación. Para el que busca venganza. Su mente, a pesar de todo, ya había comenzado a conectar los puntos, a buscar una salida.

Mientras tanto, en la imponente mansión Valmorth, la atmósfera era diferente, aunque no menos tensa. La Matriarca Laila, sentada a la cabecera de la mesa de caoba maciza en la sala de estrategia, miraba a sus hijos con una mezcla de impaciencia y fría expectación. Constantine, Hiroshi y John estaban presentes, sus muñones vendados, testimonio silencioso del precio pagado por la información. Yulisa una sirvienta muy fiel a su ama, como siempre, se encontraba a un lado, atenta, tomando notas mentales de cada palabra y cada gesto.

—Ahora que estamos más... tranquilos —comenzó Laila, su voz gélida, cortando el aire—. Hablen. ¿Qué han descubierto de mi hija? ¿Dónde está Hitomi?

Constantine, el más sensato y analítico de los tres, tomó la palabra primero.

—Madre, la información es… concluyente —dijo, su tono grave—. Tras seguir el rastro de sus últimas apariciones y un sinfín de contactos, hemos confirmado que la señorita Hitomi fue vista por última vez en Canadá.

Un destello cruzó los ojos carmesí de Laila. Canadá. La Matriarca asintió, incitándolos a continuar.

Hiroshi, con su habitual calma imperturbable, añadió con un tono que casi rozaba la burla.

—Oh, sorpresa, sorpresa. Justo donde se encuentra la base principal de Kisaragi Ryuusei.

Los ojos de John Valmorth se abrieron, y sus puños, a pesar del dolor de su dedo amputado, se apretaron hasta que sus nudillos se pusieron blancos. Su rostro se contorsionó con una mezcla de ira y resentimiento. Ryuusei. El monstruo que lo había humillado, que había destrozado su perfecta fachada, que ahora era el protector de su hermana. La idea era insoportable.

—¡Ryuusei! —rugió John, olvidando por un momento la presencia de su madre—. ¡Maldito sea! ¡Lo mataré! ¡Lo haré pedazos!

Laila lo miró con un desdén apenas disimulado, una chispa de molestia por su arrebato. Era tan predecible.

Constantine, ignorando la explosión de John, continuó con la información, que era mucho más inquietante de lo que el simple paradero de Hitomi sugería.

—Y no solo eso, madre —agregó Constantine, su voz volviéndose más sombría—. Según los rumores que hemos logrado verificar... parece que Kisaragi Ryuusei se ha vuelto mucho más... influyente de lo que imaginábamos. Se dice que Canadá y Rusia están bajo su "protección", lo que implica que sus gobiernos no solo lo toleran, sino que lo apoyan activamente. Incluso, hemos escuchado que varios jóvenes, chicos y chicas con habilidades, fanáticos de sus métodos o quizás de su simple existencia, se están reuniendo bajo su estandarte.

El silencio se cernió sobre la sala. La información era densa. No solo era Hitomi en Canadá, sino Hitomi bajo la protección de un poder emergente que, al parecer, estaba construyendo su propio imperio silencioso.

Hiroshi, con una ceja ligeramente alzada, miró a su madre. —Se ha vuelto muy popular, madre. Un problema creciente. ¿Qué hacemos?

Laila Valmorth permaneció en silencio por un momento, sus ojos carmesí fijos en un punto lejano. La irritación por el "precio" de la información se mezclaba con una nueva y más compleja preocupación. Ryuusei. El anacrónico, la Quinta o Sexta Generación, había pasado de ser un mero inconveniente a una amenaza geopolítica. Y no solo eso, sino que estaba acumulando seguidores, construyendo una base de poder propia, robando la atención que solo el linaje Valmorth creía merecer.

La Matriarca finalmente rompió el silencio, su voz era un murmullo, pero cada palabra tenía el peso de una sentencia.

—Él cree que puede construir su pequeño nido lejos de nuestra influencia —dijo Laila, su tono era glacial—. Cree que puede proteger lo que es nuestro. Qué ingenua criatura.

Sus ojos se posaron en Yulisa. —Yulisa, quiero un informe completo sobre cada movimiento de Ryuusei. Cada aliado, cada rumor, cada debilidad conocida.

Luego, miró a sus hijos, sus ojos brillando con una luz peligrosa. —Canadá. Un lugar frío y desolado. Pero ningún lugar está fuera de nuestro alcance. Él se ha vuelto popular. Muy bien. Les mostraremos a todos el verdadero significado del poder. Y el precio de desafiar a los Valmorth. Hitomi regresará. Y Ryuusei... sentirá la verdadera furia de aquellos a quienes ha osado provocar.

La partida de ajedrez había comenzado de nuevo, con piezas más grandes y un tablero expandido. Y George Krusky, el joven que acababa de recibir una misteriosa invitación, estaba a punto de convertirse en un jugador que nadie, ni siquiera los Valmorth, vería venir.

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